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—¡Venga la llave! —exigió. —No comeré aquí aunque me muera
de hambre.
Heathcliff cogió la llave y se quedó mirando a Cati, sorprendido.
La joven se precipitó sobre él y casi logró arrancársela.
Heathcliff reaccionando, aferró la llave.
—Sepárese de mí, Catalina Linton —ordenó—, o la tiro al suelo
de un puñetazo, por mucho que ello conturbe a la señora Dean.
Pero ella, sin atenderle, volvió a agarrarse a la llave.
—¡Nos iremos! —exclamó. Y viendo que con las manos y las
uñas no lograba hacer abrir la mano cerrada de Heathcliff, le
clavó los dientes. Heathcliff me lanzó una mirada que me
paralizó momentáneamente. Cati, atenta a sus dedos, no le veía
la cara. Entonces él abrió la mano y soltó la llave, pero a la vez
cogió a Cati por los cabellos, la derribó de rodillas y le golpeó
violentamente la cabeza. Aquella diabólica brutalidad me puso
fuera de mí. Me lancé hacia él gritando:
— ¡Villano, villano!
Pero un golpe en pleno pecho me hizo enmudecer. Como soy
gruesa, me fatigo en seguida, y entre la rabia que me
dominaba y una cosa y otra sentí que el vértigo me ahogaba
como si se me hubiera roto una vena. Todo concluyó en dos
minutos. Cati, al quedar suelta, se llevó las manos a las sienes,
cual si creyese que ya no tenía la cabeza en su sitio. Temblando
como un junco, la pobrecita fue a apoyarse en la mesa.
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