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de Minny, diciéndome que era un bonito animal. Parecía como

                  si esperara que le hablase. Yo le dije que tuviera cuidado para

                  que la jaca no le diese una coz. Él contestó, con su tosco acento


                  habitual, que no le haría mucho daño, aunque le cocease, y

                  echó una ojeada a sus patas, sonriendo. Fue a abrir la puerta, y

                  mientras lo hacía me dijo, señalando a la inscripción, y con una

                  estúpida muestra de contento:



                  »—Señorita Catalina, ya sé leer aquello.


                  »—¡Qué extraordinario! —dije. —Ya veo que se va cultivando

                  usted.



                  »Él deletreó las sílabas de la inscripción: «Hareton Earnshaw."


                  »—¿Y las cifras? —le pregunté, al ver que se paraba.


                  »—Eso no lo he aprendido aún —respondió.



                  » ¡Qué torpe! —dije riendo.


                  »El muy zafio me miró con asombro, como si no supiera reírse

                  también. No sabía distinguir si se trataba de una muestra de

                  amistad o de una burla, pero yo le saqué de dudas


                  aconsejándole que se fuera, ya que iba a buscar a Linton y no a

                  él. A la luz de la luna pude verle ruborizarse. Se separó de la

                  puerta y desapareció. Era una verdadera imagen del orgullo


                  ofendido. Sin duda se figuraba que se había elevado a la altura

                  de Linton por aprender a deletrear su nombre, y quedó

                  estupefacto al ver que yo no lo apreciaba así.











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