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Míreme, y si me ve tan desdichada, no podrá por menos de
compadecerme.
—¡Suéltame y apártate, o te pateo! —gritó Heathcliff. —¡No
sueñes con halagarme! ¡Te odio!
Y una sacudida recorrió su cuerpo, como si, en efecto, el
contacto de Catalina le repugnase. Me puse en pie y me
preparé a lanzarle un torrente de insultos; pero al primero que
proferí me amenazó con encerrarme en una habitación a mí
sola, y hube de callar. Mientras tanto, empezaba a oscurecer. A
la puerta sentimos ruido de voces. Heathcliff se precipitó fuera.
Conservaba su perspicacia, bien al contrario que nosotras. Le
oímos hablar con alguien dos o tres minutos. Volvió solo al cabo
de un rato.
—Creí —dije a Cati— que sería su primo Hareton. ¡Si llegara, tal
vez se pusiese de nuestra parte!
—Eran tres criados de la Granja —replicó Heathcliff, que me
oyó.
—Podías haber abierto la ventana y chillar. Pero estoy seguro
que esa muchacha se alegra de que no lo hayas hecho. En el
fondo celebra tener que quedarse.
Ambas comenzamos a lamentarnos de la ocasión que
habíamos perdido. A las nueve nos mandó que subiésemos al
cuarto de Zillah. Yo aconsejé a mi compañera que
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