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Yo, que no soy más que una antigua criada suya, he llorado por

                  Cati, como puede ver, y usted, que ha asegurado quererla y que

                  tiene motivos para adorarla, se reserva sus lágrimas para sí


                  mismo y se está ahí sentado tranquilamente... ¡Es usted un

                  egoísta cruel!


                  —No puedo con ella —dijo él. —No quiero estar a su lado. Llora


                  de un modo inaguantable. Y no cesa de llorar aunque la

                  amenace con llamar a mi padre. Ya le llamé una vez y él la

                  amenazó con ahogarla si no se callaba; pero en cuanto salió,

                  ella empezó otra vez con sus gemidos, a pesar de las muchas


                  veces que le grité que me estaba importunando y no me dejaba

                  dormir.


                  —¿Está ausente el señor Heathcliff? —me limité a preguntar,


                  viendo que aquel cretino era incapaz de comprender el dolor de

                  su prima.


                  —Está hablando en el patio con el doctor Kennett — contestó. —

                  Creo que el tío, al fin, se está muriendo. Y lo celebro, porque de


                  ese modo yo seré el dueño de su casa. Cati dice siempre «mi

                  casa», pero en realidad es mía. Míos son sus lindos libros, y sus

                  pájaros, y su jaca Minny. Así se lo dije cuando ella me prometió


                  regalármelo todo si le daba la llave y la dejaba salir. Entonces

                  se echó a llorar, se quitó un dije que llevaba al cuello con un

                  retrato de su madre y otro del tío cuando eran jóvenes y me lo

                  ofreció si le permitía escaparse. Esto sucedió ayer. Le dije que


                  también me pertenecían y fui a quitárselos.








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