Page 153 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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EL PUEBLO DE LA OSCURIDAD



                                                PEOPLE OF THE DARK



                                                [Strange Tales, junio, 1932]





                    Fui a la Cueva de Dagón para matar a Richard Brent. Bajé por las oscuras

               avenidas que formaban los árboles enormes, y mi humor reflejaba la primitiva
               lobreguez del escenario. La llegada a la Cueva de Dagón siempre es oscura,
               pues las inmensas ramas y las frondosas hojas eclipsan el sol, y lo sombrío de
               mi propia alma hacía que las sombras pareciesen aún más ominosas y tétricas

               de lo normal.
                    No muy lejos, oí el lento batir de las olas contra los altos acantilados, pero
               el  mar  mismo  quedaba  fuera  de  la  vista,  oculto  por  el  espeso  bosque  de
               robles.  La  oscuridad  y  la  penumbra  de  mi  entorno  atenazaron  mi  alma

               ensombrecida  mientras  pasaba  bajo  las  antiguas  ramas,  salía  a  un  estrecho
               claro  y  veía  la  boca  de  la  antigua  cueva  delante  de  mí.  Me  detuve,
               examinando  el  exterior  de  la  cueva  y  el  oscuro  límite  de  los  robles
               silenciosos.

                    ¡El hombre al que odiaba no había llegado antes que yo! Estaba a tiempo
               de  cumplir  con  mis  macabras  intenciones.  Durante  un  instante  me  faltó
               decisión, y después, en una oleada me invadió la fragancia de Eleanor Bland,
               la  visión  de  una  ondulada  cabellera  dorada  y  unos  profundos  ojos  azules,

               cambiantes y místicos como el mar. Apreté las manos hasta que los nudillos
               se me pusieron blancos, e instintivamente toqué el curvo y achatado revólver
               cuyo bulto pesaba en el bolsillo de mi abrigo.
                    De  no  ser  por  Richard  Brent,  estaba  convencido  de  que  ya  me  habría

               ganado  a  aquella  mujer,  a  la  cual  deseaba  tanto  que  había  convertido  mis
               horas de vigilia en un tormento y mi sueño en una agonía. ¿A quién amaba?
               Ella no quería decirlo; no creía que ni siquiera lo supiese. Si uno de nosotros
               desaparecía,  pensé,  ella  se  volvería  hacia  el  otro.  Y  yo  estaba  dispuesto  a





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