Page 155 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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subterráneos que penetraban por las colinas. Con estas meditaciones azarosas
pugnando ociosamente en mi cabeza con especulaciones más macabras,
atravesé la cámara exterior de la cueva y entré en un túnel estrecho que, por
descripciones anteriores, sabía que daba a una habitación más grande.
El túnel estaba oscuro, pero no tan oscuro como para que no distinguiera
los vagos y medio desfigurados contornos de grabados misteriosos sobre las
paredes de piedra. Me aventuré a encender mi linterna eléctrica y examinarlos
más de cerca. A pesar de lo débilmente que se distinguían, me sentí repelido
por su carácter anormal y repugnante. Seguramente ningún hombre hecho a
partir del molde humano tal y como lo conocemos pudo garabatear aquellas
grotescas obscenidades.
El Pueblo Pequeño… Me pregunté si los antropólogos tenían razón en su
teoría de una achaparrada raza aborigen mongola, tan retrasada en la escala
evolutiva que apenas era humana, pero poseedora de su propia y repugnante
cultura. Habían desaparecido antes de las razas invasoras, decía la teoría,
dando lugar a la base de todas las leyendas arias de trolls, elfos, enanos y
brujas. Habitantes de cuevas desde el principio, estos aborígenes se habían
retirado cada vez más hacia las cavernas de las colinas, antes de la llegada de
los conquistadores, desapareciendo al fin por completo, aunque las fantasías
del folklore imaginaban que sus descendientes todavía habitaban en las simas
perdidas bajo las colinas, abominables supervivientes de una era agotada.
Apagué la antorcha y atravesé el túnel, para salir a una especie de entrada
que parecía demasiado simétrica para haber sido obra de la naturaleza. Me
encontré contemplando una inmensa y sombría caverna, y una vez más me
estremecí con un extraño sentimiento de familiaridad. Un corto tramo de
escalones descendía desde el túnel hasta el piso de la cueva; escalones
diminutos, demasiado pequeños para pies humanos normales, labrados en la
piedra sólida. Sus bordes estaban muy desgastados, como si hubieran sido
usados durante eras. Inicié el descenso y mi pie resbaló súbitamente. Supe
instintivamente lo que venía a continuación (todo formaba parte de aquella
extraña sensación de familiaridad), pero no pude sujetarme. Caí de cabeza por
los escalones y golpeé el piso de piedra con un impacto que anuló mis
sentidos…
Recuperé lentamente la conciencia, con la cabeza palpitante y una
sensación de desconcierto. Me llevé la mano a la cabeza y descubrí que estaba
cubierta de sangre. Había recibido un golpe, o me había caído, pero me había
afectado de tal manera a la cabeza que tenía la mente absolutamente en
blanco. No sabía dónde estaba ni quién era. Miré a mi alrededor, parpadeando
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