Page 157 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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enamorado.
—¡Corre hacia el bosque, Tamera! —gritó, y saltó sobre mí como salta
una pantera, su hacha de bronce girando como una rueda metálica. Y después
sonó el clamor de la refriega y el jadeo profundo del combate.
El britano era tan alto como yo, pero era esbelto mientras que yo era
grueso. La ventaja del puro poder muscular era mía, y pronto se encontró a la
defensiva, luchando desesperadamente por rechazar mis fuertes golpes con su
hacha. Golpeando su guardia como un herrero golpea un yunque, le presioné
implacablemente, empujándole con una fuerza irresistible. Su pecho se
hinchó, su respiración se convirtió en un jadear ahogado, su sangre goteó de
la cabellera, del pecho y de los muslos, donde mi hoja silbante había cortado
la piel, y casi había tocado fondo. Mientras redoblaba mis golpes y él se
inclinaba y cedía bajo ellos como un arbolito en una tormenta, oí a la
muchacha gritar.
—¡Vertorix! ¡Vertorix! La cueva. ¡Corre a la cueva!
Vi su rostro palidecer con un miedo mucho mayor que el que producía mi
cortante espada.
—¡Eso no! —boqueó—. ¡Prefiero una muerte limpia! ¡En nombre de Il-
Marenin, muchacha, corre hacia el bosque y sálvate tú!
—¡No te abandonaré! —gritó— ¡La cueva es nuestra única oportunidad!
La vi pasar volando junto a nosotros, como un jirón blanco, y desaparecer
en la cueva, y con un grito de desesperación, el joven lanzó un golpe salvaje y
desesperado que casi me abrió la cabeza. Mientras me tambaleaba bajo los
efectos del golpe que a duras penas había detenido, se alejó de un salto, entró
en la cueva tras la muchacha y desapareció en la penumbra.
Con un grito enloquecido que invocaba a todos mis hoscos dioses
gaélicos, salté imprudentemente tras ellos, sin pensar que el britano podía
acechar junto a la entrada para abrirme los sesos en cuanto irrumpiese. Pero
un rápido vistazo me mostró la cámara vacía y un jirón blancuzco
desapareciendo a través de una oscura entrada en la pared negra.
Atravesé corriendo la cueva y me detuve súbitamente cuando un hacha
surgió de la penumbra de la entrada y silbó peligrosamente cerca de mi negra
cabellera. Me volví repentinamente. Ahora la ventaja era de Vertorix, que
estaba en la estrecha boca del pasillo donde yo difícilmente podía acercarme a
él sin exponerme al golpe devastador de su hacha.
La furia hacía que casi echara espuma por la boca, y la visión de una
delgada figura blanca en las profundas sombras tras el guerrero me provocó
un estado frenético. Ataqué salvaje pero cautelosamente, arremetiendo con
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