Page 162 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
P. 162

Agarrando la mano de Tamera, corrió veloz hacia el túnel más próximo y

               yo le seguí. Una mirada hacia la cámara antes de que un recodo del pasillo la
               borrara de nuestra vista mostró una horda repugnante brotando del pasadizo.
               El  túnel  se  inclinaba  acusadamente  hacia  arriba,  y  de  pronto  vimos  ante
               nosotros  una  franja  de  luz  grisácea.  Pero  al  instante  nuestros  gritos  de

               esperanza se convirtieron en maldiciones de amarga decepción. La luz del día
               se  colaba  a  través  de  una  grieta  en  el  techo  abovedado,  sí,  pero  muy  por
               encima  de  nuestro  alcance.  Detrás  de  nosotros,  la  manada  lanzó  una
               exclamación exultante. Yo me detuve.

                    —Salvaos  vosotros  si  podéis  —rugí—.  Yo  plantaré  cara  aquí.  Ellos
               pueden  ver  en  la  oscuridad  y  yo  no.  Aquí  al  menos  sí  puedo  verlos.
               ¡Marchaos!
                    Pero Vertorix también se detuvo.

                    —De poco nos sirve ser cazados como ratas hasta el exterminio. No hay
               salida. Enfrentémonos a nuestro destino como hombres.
                    Tamera  lanzó  un  grito,  retorciéndose  las  manos,  pero  se  aferró  a  su
               amado.

                    —Permanece detrás de mí con la muchacha —gruñí—. Cuando yo caiga,
               ábrele la cabeza con tu hacha para que no la cojan viva de nuevo. Después
               vende tu vida lo más cara que puedas, pues no queda nadie para vengarnos.
                    Sus ojos penetrantes miraron directamente a los míos.

                    —Adoramos a dioses distintos, saqueador —dijo—, pero todos los dioses
               aman a los hombres valientes. Puede que volvamos a encontrarnos, más allá
               de la Oscuridad.
                    —¡Te  saludo  y  me  despido  de  ti,  britano!  —rugí,  y  nuestras  manos

               diestras se entrechocaron como el acero.
                    —¡Te saludo y me despido de ti, gaélico!
                    Me giré mientras una repugnante horda inundaba el túnel y surgía a la luz
               pálida, una pesadilla veloz de pelo revuelto, labios salpicados de espuma y

               ojos  incandescentes.  Profiriendo  mi  grito  de  guerra,  salté  a  recibirlos  y  mi
               pesada espada cantó y una cabeza giró sonriente sobre sus hombros bajo un
               arco de sangre. Cayeron sobre mí como una oleada y la fiebre guerrera de mi
               raza me dominó. Luché como lucha una bestia enloquecida, y con cada golpe

               atravesé carne y hueso, y la sangre salpicaba como una lluvia carmesí.
                    Entonces, mientras seguían manando y yo caía bajo el peso crudo de su
               número,  un  grito  feroz  cortó  el  estrépito  y  el  hacha  de  Vertorix  cantó  por
               encima  de  mí,  derramando  sangre  y  sesos  como  el  agua.  La  presión







                                                      Página 162
   157   158   159   160   161   162   163   164   165   166   167