Page 163 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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disminuyó y pude levantarme tambaleante, pisoteando los cuerpos retorcidos

               bajo mis pies.
                    —¡Una escalera detrás de nosotros! —gritó el britano—. ¡Medio oculta
               por un ángulo de la pared! ¡Debe de conducir hacia la luz del sol! ¡Subamos
               por ella, en nombre de Il-Marenin!

                    Así  que  retrocedimos,  peleando  cada  palmo  del  camino.  Las  alimañas
               luchaban como diablos sedientos de sangre, gateando sobre los cadáveres de
               los muertos entre chillidos y mandobles. Los dos derramábamos sangre con
               cada paso, hasta que alcanzamos la boca del pasadizo, por donde nos había

               precedido Tamera.
                    Gritando  como  auténticos  demonios,  los  Hijos  irrumpieron  para
               arrastrarnos de regreso. El pasadizo no estaba tan iluminado como lo había
               estado  el  pasillo,  y  se  volvía  más  oscuro  a  medida  que  ascendíamos,  pero

               nuestros enemigos sólo podían llegar hasta nosotros desde delante. ¡Por los
               dioses,  los  aniquilamos  hasta  que  la  escalera  quedó  cubierta  de  cadáveres
               mutilados  y  los  Hijos  espumajearon  como  lobos  rabiosos!  Entonces,
               repentinamente,  abandonaron  la  refriega  y  volvieron  corriendo  escaleras

               abajo.
                    —¿Qué  quiere  decir  esto?  —jadeó  Vertorix,  sacudiéndose  el  sudor
               ensangrentado de los ojos.
                    —¡Subamos  por  el  pasadizo,  rápido!  —resoplé—.  ¡Pretenden  subir  por

               otra escalera y caer sobre nosotros desde arriba!
                    Así que subimos corriendo aquellos malditos escalones, resbalándonos y
               tropezando, y al pasar junto a un túnel negro que desembocaba en el pasadizo,
               oímos en la lejanía un espantoso aullido. Un instante después emergimos del

               pasadizo  a  un  tortuoso  pasillo,  pobremente  iluminado  por  una  difusa  luz
               grisácea que se filtraba desde lo alto, y en algún lugar en las entrañas de la
               tierra me pareció oír el estruendo del agua corriente. Nos lanzamos  pasillo
               abajo  y  al  hacerlo  un  peso  inmenso  me  aplastó  los  hombros,  tirándome  de

               cabeza, y un mazo chocó una y otra vez contra mi cabeza, enviando sordos
               relámpagos rojos de dolor a través de mi cerebro. Con un giro explosivo me
               quité a mi atacante de encima y lo puse debajo de mí, y le abrí la garganta con
               los dedos desnudos. Sus fauces encontraron mi brazo en su mordedura final.

                    Me  levanté  tambaleándome  y  vi  que  Tamera  y  Vertorix  habían
               desaparecido de la vista. Yo iba algo rezagado, y habían seguido corriendo,
               sin saber nada del demonio que había saltado sobre mis hombros. Sin duda,
               creían que seguía pisándoles los talones. Di una docena de pasos, y entonces

               me detuve. El pasillo se bifurcaba, y no sabía qué camino habían tomado mis




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