Page 159 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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Delante de mí, el túnel se abría a una amplia cámara, y vi la forma blanca
de Vertorix refulgir momentáneamente en la semipenumbra, y desaparecer en
lo que parecía ser la entrada de un pasillo opuesto a la boca del túnel que yo
acababa de atravesar. Instantáneamente sonó un grito breve y feroz, y el
estruendo de un fuerte golpe, mezclado con los gritos histéricos de una
muchacha y una mezcolanza de siseos de serpiente que hicieron que se me
erizase el vello. En ese instante salí disparado del túnel, corriendo a máxima
velocidad, y comprendí demasiado tarde que el piso de la cueva estaba a
varios pies bajo el nivel del túnel. Mis veloces pies resbalaron sobre los
diminutos escalones y choqué de forma violenta contra el sólido piso de
piedra.
Mientras me levantaba en la semioscuridad, frotándome la cabeza
dolorida, recordé todo aquello, y miré temerosamente al otro lado de la
enorme cámara, hacia el negro y misterioso pasillo en el cual Tamera y su
enamorado habían desaparecido, y sobre el cual colgaba el silencio como un
palio. Aferrando mi espada, crucé cautelosamente la gran cueva silenciosa y
atisbé en el pasillo. Lo único que encontraron mis ojos fue una oscuridad aún
más intensa. Entré, esforzándome por desgarrar la penumbra, y al mismo
tiempo que mi pie resbalaba sobre una gran mancha húmeda del suelo el acre
aroma crudo de la sangre recién derramada llegó hasta mis narices. Alguien o
algo había muerto allí, fuera el joven britano o su desconocido atacante.
Me detuve inseguro, con todos los temores sobrenaturales que son
herencia de los gaélicos elevándose en mi alma primitiva. Podía darme la
vuelta y salir de estos malditos laberintos, hacia la clara luz del sol y hasta el
claro mar azul donde mis camaradas, sin duda, me aguardaban impacientes
tras la fuga de los britanos. ¿Por qué iba a arriesgar mi vida en esta
espeluznante madriguera de ratas? Me devoraba la curiosidad por saber qué
clase de seres moraban en la cueva, y quiénes eran los llamados por los
britanos Hijos de la Noche, pero fue el amor por la muchacha de pelo dorado
lo que me impulsó a avanzar por aquel túnel oscuro; pues la amaba a mi
manera, y quería ser amable con ella, y llevármela a mi guarida en la isla.
Caminé lentamente por el pasillo, con la espada lista. No tenía ni idea de
qué clase de criaturas eran los Hijos de la Noche, pero las historias de los
britanos les habían investido de una naturaleza claramente inhumana.
La oscuridad se cerró sobre mí mientras avanzaba, hasta que me moví en
la más completa negrura. Mi mano izquierda, tanteando, había descubierto
una entrada extrañamente labrada, y en ese instante algo siseó como una
víbora a mi lado y azotó con ferocidad mi muslo. Devolví el golpe
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