Page 169 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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No sé cuánto tiempo permaneció allí, perdido en oscuras especulaciones,
pero mientras miraba hacia la otra cornisa, erosionada y ruinosa, me retiré
hacia la entrada que tenía detrás con un movimiento súbito. Dos figuras
salieron a la cornisa y tragué saliva al ver que eran Richard Brent y Eleanor
Bland. Recordé por qué había venido a la cueva y mi mano buscó
instintivamente el revólver en mi bolsillo. No me veían. Pero yo sí podía
verlos, y oírlos claramente también, ya que ningún río rugía ahora entre las
cornisas.
—Por Dios, Eleanor —estaba diciendo Brent—, me alegra que decidieras
acompañarme. ¿Quién hubiera imaginado que había algo de realidad en esas
historias sobre túneles escondidos que salían de la cueva? Me pregunto cómo
se desmoronaría ese segmento de la pared. Me pareció oír un ruido justo
cuando entrábamos en la cueva exterior. ¿Crees que algún mendigo había
entrado en la cueva antes que nosotros, y que lo derribó?
—No lo sé —contestó ella—. Recuerdo… oh, no lo sé. Casi tengo la
sensación de haber estado aquí antes, o de haberlo soñado. Me parece
recordar débilmente, como una remota pesadilla, haber huido y huido
interminablemente a través de estos pasillos oscuros con repugnantes criaturas
pisándome los talones…
—¿Yo estaba allí? —preguntó con sorna Brent.
—Sí, y John también —contestó ella—. Pero tú no eras Richard Brent y
John no era John O’Brien. No, y yo tampoco era Eleanor Bland. ¡Oh!, es tan
borroso y tan remoto que no puedo describirlo en absoluto. Es turbio y
brumoso y terrible.
—Lo comprendo en parte —dijo él inesperadamente—. Desde que
pasamos por el sitio donde había caído la pared, revelando el viejo túnel, he
notado una sensación de familiaridad hacia este lugar. Aquí hubo horror y
peligro y batalla… y amor, también.
Se acercó al borde para mirar la garganta, y Eleanor lanzó un grito agudo
y repentino, agarrándole con una presa convulsiva.
—¡No, Richard, no! ¡Abrázame, oh, abrázame fuerte!
La tomó en sus brazos.
—¿Por qué, Eleanor, querida, qué ocurre?
—Nada —dijo vacilante, pero se agarró a él con más fuerza y vi que
temblaba—. Es sólo una extraña sensación… de velocidad aturdidora y de
miedo, como si estuviera cayendo desde una gran altura. No te acerques al
borde, Dick; me asusta.
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