Page 170 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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—No lo haré, querida —contestó, atrayéndola, y continuó titubeante—.

               Eleanor, hay algo que he querido preguntarte desde hace mucho… bueno, no
               tengo el don de decir las cosas de forma elegante. Te amo, Eleanor; siempre
               te he amado. Ya lo sabes. Pero si tú no me amas, me retiraré y no volveré a
               molestarte. Lo único que te pido es que, por favor, me digas algo en uno u

               otro sentido, pues ya no puedo soportarlo más. ¿Soy yo o es el americano?
                    —Eres tú, Dick —contestó ella, escondiendo su cara en el hombro de él
               —. Siempre has sido tú, aunque no lo sabía. Tengo una excelente opinión de
               John  O’Brien.  No  sabía  a  cuál  de  los  dos  amaba  realmente.  Pero  hoy,

               mientras atravesábamos esos espantosos túneles y subíamos por esas terribles
               escaleras,  y  ahora  mismo,  cuando  creía  por  alguna  extraña  razón  que
               estábamos cayendo desde el borde, comprendí que era a ti a quien amaba, que
               siempre te he amado, a través de más vidas que esta sola. ¡Siempre!

                    Sus labios se encontraron y vi su cabeza dorada acunada en su hombro.
               Mis labios se quedaron secos, mi corazón frío, pero mi alma estaba en paz.
               Pertenecían el uno al otro. Hacía eones habían vivido y se habían amado, y
               por  culpa  de  ese  amor  habían  sufrido  y  muerto.  Y  yo,  Conan,  los  había

               conducido hasta ese final.
                    Los vi volverse hacia la hendidura, sus brazos alrededor el uno del otro, y
               entonces  oí  a  Tamera,  quiero  decir  a  Eleanor,  chillar,  y  vi  cómo  ambos
               retrocedían.  De  la  hendidura  salió  retorciéndose  un  horror,  una  cosa

               repugnante  e  indescriptible  que  parpadeó  bajo  la  clara  luz  del  sol.  Sí,  lo
               conocía  de  antaño,  era  un  vestigio  de  una  era  olvidada,  que  salía
               contorsionando  su  horrible  figura  de  la  oscuridad  de  la  tierra  y  del  pacto
               perdido para reclamar lo suyo.

                    Vi lo que tres mil años de regresión pueden hacer a una raza que ya era
               repugnante al principio, y me estremecí. Supe instintivamente que en todo el
               mundo era el único de su especie, un monstruo que se había resistido a morir,
               sólo  Dios  sabe  durante  cuántos  siglos,  revolcándose  en  el  fango  de  sus

               lóbregas madrigueras subterráneas. Antes de que los Hijos desaparecieran, la
               raza  debió  de  perder  toda  apariencia  humana,  ya  que  vivían  la  vida  de  los
               reptiles. Esta cosa era más parecida a una serpiente gigante que a otra cosa,
               pero  tenía  piernas  abortadas  y  brazos  serpentinos  con  garras  en  forma  de

               garfio.  Se  arrastraba  sobre  su  vientre,  retrayendo  sus  labios  moteados  para
               dejar a la vista colmillos como agujas, que tuve la impresión de que goteaban
               veneno.  Siseó  al  levantar  su  espeluznante  cabeza  sobre  un  cuello
               horriblemente largo, mientras sus rasgados ojos amarillos resplandecían con







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