Page 176 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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rápida por la espada antes que la lenta agonía de la cruz? Lleváoslo. Y tú,
centurión, ocúpate de que los guardias permanezcan en la cruz para que el
cuerpo no sea bajado hasta que los cuervos hayan pelado los huesos. Partha
Mac Othna, voy a un banquete a casa de Demetrio. ¿Quieres acompañarme?
El emisario movió la cabeza, sus ojos fijos en la forma flácida que
colgaba de la cruz manchada de sangre. No dio contestación alguna. Sula
sonrió sardónicamente, y después se levantó y se marchó, seguido por su
secretario, que cargó con la silla dorada ceremoniosamente, y por los
impasibles soldados, con quienes caminaba Valerio, con la cabeza inclinada.
El hombre llamado Partha Mac Othna se echó un amplio pliegue de su
capa sobre el hombro, y se detuvo un momento para mirar la macabra cruz
con su carga, oscuramente recortada contra el cielo carmesí, donde las nubes
de la noche se estaban reuniendo. Después se marchó, seguido por su
silencioso sirviente.
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En una habitación interior de Eboracum, el hombre llamado Partha Mac
Othna daba vueltas arriba y abajo como un tigre enjaulado. Sus pies calzados
con sandalias no hacían sonido alguno sobre las baldosas de mármol.
—¡Grom! —se volvió hacia el retorcido sirviente—, bien sé por qué te
agarrabas con tanta fuerza a mis rodillas y por qué murmurabas pidiendo la
ayuda de la Mujer-Luna. Temías que perdiera mi autocontrol e hiciese un
intento absurdo de socorrer al pobre desdichado. Por los dioses, creo que eso
era lo que deseaba el perro romano. Sus perros guardianes enfundados en
hierro me vigilaban de cerca, lo sé, y su cebo era más difícil de resistir que de
costumbre.
»¡Dioses negros y blancos, oscuros y luminosos! —agitó sus puños
cerrados sobre la cabeza bajo la acometida negra de la pasión—. ¡Que tenga
que quedarme mirando cómo destrozan a uno de mis hombres en una cruz
romana, sin justicia y sin más juicio que esa farsa! ¡Dioses negros de R’lyeh,
incluso a vosotros os invocaría para provocar la ruina y la destrucción de esos
carniceros! ¡Juro por los Sin Nombre que morirán hombres chillando por este
acto, y que Roma sollozará como una mujer que tropieza en la oscuridad con
una víbora!
—Te conocía, amo —dijo Grom.
El otro inclinó la cabeza y se cubrió los ojos con un gesto de dolor salvaje.
—Sus ojos me perseguirán hasta el día de mi muerte. Sí, me conocía, y
casi hasta el último momento leí en sus ojos la esperanza de que pudiera
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