Page 182 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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ganaba o perdía. El oro para los pictos era como el polvo, fluía entre sus
dedos. En su país no había necesidad de él. Pero había aprendido a conocer su
poder dentro de los límites de la civilización.
Casi bajo la sombra del muro del noroeste, vio cernirse delante de él la
enorme torre vigía que estaba conectada con el muro externo y se alzaba
sobre el mismo. Una esquina de la fortificación tipo castillo, la más alejada
del muro, servía como calabozo. Bran dejó su caballo en un callejón oscuro,
con las riendas colgando sobre el suelo, y avanzó sigiloso como un lobo al
acecho bajo las sombras de la fortificación.
El joven oficial, Valerio, se despertó de un sueño ligero e intranquilo
debido a un sonido sigiloso en la ventana enrejada. Se sentó en la cama,
maldiciendo en voz baja, mientras la tenue luz de las estrellas que recortaba
los barrotes de la ventana caía sobre el desnudo piso de piedra y le recordaba
su desgracia. Bueno, rumió, dentro de pocos días habría salido de allí; Sula no
sería demasiado duro con un hombre tan bien relacionado; ¡que viniera
ningún hombre o mujer a mofarse de él entonces! ¡Maldito fuera ese insolente
picto! Pero espera, pensó repentinamente, recordando; ¿qué era aquel sonido
que le había despertado?
—¡Chist! —era una voz que llegaba desde la ventana.
¿Por qué tanto secreto? Sería difícil que fuera un enemigo… pero ¿por
qué iba a ser un amigo? Valerio se levantó y cruzó la celda, acercándose a la
ventana. Fuera todo estaba oscuro bajo la luz de las estrellas, y sólo distinguió
una figura sombría cerca de la ventana.
—¿Quién eres? —se inclinó contra los barrotes, forzando sus ojos en la
penumbra.
Su respuesta fue un gruñido de risa de lobo, un largo parpadeo de acero
bajo la luz de las estrellas. Valerio se apartó tambaleante de la ventana y cayó
al suelo, agarrándose la garganta, que borboteaba horriblemente mientras
intentaba gritar. La sangre corría entre sus dedos, formando alrededor de su
cuerpo convulso un charco que reflejaba la* pálida luz de las estrellas, opaca
y enrojecida.
Fuera, Bran se deslizó como una sombra, sin detenerse a mirar dentro de
la celda. Dentro de un minuto los guardias ciarían la vuelta a la esquina en su
ronda habitual. Ya podía oír el paso medido de sus pies calzados con hierro.
Antes de que aparecieran a la vista, se había esfumado, y ellos pasaron
impasibles junto a las ventanas de las celdas sin sospechar que en su interior
yacía aquel cadáver.
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