Page 186 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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Bran  entró  silenciosamente  y  se  sentó  sobre  un  banco  roto  mientras  la

               mujer se atareaba cocinando la escasa comida sobre un fuego abierto en el
               escuálido hogar. Bran estudió sus movimientos ágiles, casi serpentinos, sus
               oídos casi terminados en punta, sus ojos amarillos y rasgados de forma tan
               peculiar.

                    —¿Qué buscas en los pantanos, mi señor? —preguntó, volviéndose hacia
               él con un flexible giro de su cuerpo entero.
                    —Busco  una  Puerta  —contestó,  el  mentón  apoyado  sobre  el  puño—.
               ¡Tengo una canción que cantar a los gusanos de la tierra!

                    Ella  se  enderezó  con  un  respingo,  y  una  jarra  cayó  de  sus  manos  para
               hacerse pedazos contra el suelo.
                    —No conviene decir esas cosas, ni siquiera sin querer —tartamudeó.
                    —No lo digo sin querer, sino con toda la intención —contestó.

                    Ella agitó la cabeza.
                    —No entiendo a qué te refieres.
                    —Bien lo sabes —repuso él—. ¡Sí, bien lo sabes! Mi raza es muy antigua,
               reinaron  en  Britania  antes  que  las  naciones  de  los  celtas  y  los  helénicos

               nacieran de los vientres de los pueblos. Pero mi pueblo no fue el primero que
               hubo en Britania. Por las motas de tu piel, por el sesgo de tus ojos, por el
               veneno de tus venas, hablo con pleno conocimiento e intención.
                    Ella  permaneció  en  silencio  un  rato,  con  labios  sonrientes  pero  rostro

               inescrutable.
                    —Hombre,  ¿estás  loco?  —preguntó—.  ¿En  tu  locura  vienes  a  buscar
               aquello de lo que han huido chillando hombres fuertes en tiempos pretéritos?
                    —Busco  una  venganza  —contestó—  que  sólo  pueden  llevar  a  cabo

               Aquellos que busco.
                    Ella agitó la cabeza.
                    —Has escuchado el canto de los pájaros; has soñado sueños vacíos.
                    —He oído el siseo de una víbora —rugió él—, y no sueño. Basta de jugar

               con las palabras. Vine buscando un vínculo entre dos mundos; lo he hallado.
                    —No necesito seguir mintiéndote, hombre del Norte —respondió la mujer
               —.  Los  que  buscas  todavía  moran  bajo  las  colinas  durmientes.  Se  han
               retirado, cada vez más lejos del mundo que tú conoces.

                    —Pero todavía se arrastran en la noche para atrapar a las mujeres que se
               extravían por los páramos —dijo él, su mirada clavada en los ojos rasgados de
               ella. La bruja se rio perversamente.
                    —¿Qué quieres de mí?

                    —Que me lleves a Ellos.




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