Page 189 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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El  cielo  estaba  cubierto  de  un  gris  brumoso,  a  través  del  cual  el  sol

               brillaba  con  amarilla  frialdad  cuando  Bran  llegó  al  Túmulo  de  Dagón,  un
               altozano  redondeado  revestido  de  una  tupida  hierba  de  curiosa  apariencia
               fungosa.  En  el  lado  este  del  montículo  aparecía  la  entrada  de  un  túnel  de
               piedra  burdamente  construida,  que  evidentemente  penetraba  en  el  túmulo.

               Una  piedra  grande  tapaba  la  entrada  a  la  tumba.  Bran  agarró  los  agudos
               bordes  y  ejerció  toda  su  fuerza.  Resistió  firmemente.  Sacó  la  espada  e
               introdujo  la  hoja  entre  la  piedra  y  el  borde.  Utilizando  la  espada  como
               palanca, trabajó cuidadosamente, y consiguió soltar la gran piedra y sacarla de

               un tirón. Un inmundo olor a osario salió del agujero, y la tenue luz del sol
               pareció no tanto iluminar la abertura cavernosa como quedar ensuciada por la
               fétida oscuridad que la impregnó.
                    Espada  en  mano,  listo  para  no  sabía  qué,  Bran  avanzó  a  tientas  por  el

               túnel, que era largo y estrecho, construido con piedras pesadas unidas, y que
               era  demasiado  bajo  para  que  permaneciese  erecto.  O  sus  ojos  se
               acostumbraron en cierta medida a la penumbra, o la oscuridad era, al fin y al
               cabo, aliviada en parte por la luz del sol que se filtraba a través de la entrada.

               En cualquier caso, llegó a una cámara redonda y baja y pudo distinguir su
               contorno básico en forma de bóveda. Sin duda, en los viejos tiempos, aquí
               habían  reposado  los  huesos  de  aquel  para  quien  habían  sido  reunidas  las
               piedras de la tumba y la tierra que se amontonaba sobre ellas; pero ahora no

               quedaba  vestigio  alguno  de  aquellos  huesos  sobre  el  suelo  de  piedra.
               Inclinándose  y  forzando  la  vista,  Bran  distinguió  el  extraño  y
               sorprendentemente  regular  dibujo  de  ese  suelo:  seis  bloques  bien  cortados
               apiñados alrededor de una séptima piedra de seis lados.

                    Introdujo la punta de su espada en una grieta y empujó cuidadosamente.
               El borde de la piedra central asomó ligeramente. Con un pequeño esfuerzo la
               levantó y la inclinó contra la pared curva. Forzando la vista hacia abajo, sólo
               vio  la  negrura  inmensa  de  un  pozo  oscuro,  con  escalones  pequeños  y

               desgastados que conducían hacia abajo y fuera de la vista. No dudó. Aunque
               el  pellejo  entre  sus  hombros  se  erizó  singularmente,  se  arrojó  al  abismo  y
               sintió cómo la persistente negrura le engullía.
                    Descendió  a  tientas,  sintió  resbalar  el  pie  y  tropezó  con  escalones

               demasiado pequeños para unos pies humanos. Apretó con fuerza una mano
               contra  el  lado  del  pozo  y  se  enderezó,  temiendo  una  caída  en  las
               profundidades desconocidas y sin iluminar. Los escalones estaban tallados en
               la piedra sólida, pero a pesar de ello estaban muy desgastados. Cuanto más

               avanzaba, menos parecidos a escalones se volvían, convirtiéndose en simples




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