Page 195 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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como sacrificio a la Mujer-Luna! Vosotros, que huisteis antaño de mi raza,
¿os atrevéis ahora a gruñir a vuestro amo? ¡Caed sobre mí como una marea, si
os atrevéis! ¡Antes de que vuestras fauces de víbora beban mi vida, segaré
vuestro número como la cebada madura, y con vuestras cabezas cortadas
construiré una torre y con vuestros cadáveres mutilados levantaré una
muralla! ¡Perros de la oscuridad, alimañas del Infierno, gusanos de la tierra,
venid corriendo y probad mi acero! ¡Cuando la Muerte me encuentre en esta
cueva oscura, vuestros vivos aullarán por las docenas de vuestros muertos y
vuestra Piedra Negra estará perdida para siempre, pues sólo yo sé dónde está
escondida, y ni siquiera todas las torturas de todos los Infiernos pueden
arrancar el secreto de mis labios!
A esto siguió un tenso silencio. Bran se enfrentó a la oscuridad iluminada,
atento como un lobo acorralado, aguardando la acometida; a su lado la mujer
se acurrucó, con ojos centelleantes. Entonces, del anillo silencioso que flotaba
más allá de la tenue luz de la antorcha, se elevó un impreciso y aborrecible
murmullo. Bran, preparado como estaba para todo, dio un respingo. Dioses,
¿era ese el idioma de criaturas que habían sido llamadas hombres antaño?
Atla se enderezó, escuchando atentamente. De sus labios salieron los
mismos silbidos suaves y repugnantes, y Bran, aunque ya sabía el
estremecedor secreto de su ser, supo que nunca podría volver a tocarla salvo
con el más profundo aborrecimiento.
Se volvió hacia él, una extraña sonrisa curvando sus labios rojos bajo la
luz espectral.
—¡Te temen, oh rey! Por los negros secretos de R’lyeh, ¿quién eres tú que
el mismo Infierno se amedrenta ante ti? No es tu acero, sino la cruda
ferocidad de tu alma la que ha provocado un miedo desacostumbrado en sus
extrañas mentes. Están dispuestos a comprarte la Piedra Negra a cualquier
precio.
—Bien —Bran enfundó sus armas—. Prometerán no molestarte por
haberme ayudado. Y —su voz zumbó como el ronroneo de un tigre a la caza
— me entregarán a Tito Sula, gobernador de Eboracum, ahora al mando de la
Torre de Trajano. Pueden hacerlo… Cómo, no lo sé. Pero sé que en los días
de antaño, cuando mi pueblo hacía la guerra contra estos Hijos de la Noche,
los niños desaparecían en las chozas vigiladas y nadie veía a los ladrones
entrar o salir. ¿Lo entienden?
De nuevo se alzaron los terribles sonidos graves, y Bran, que no temía su
cólera, se estremeció ante su voz.
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