Page 198 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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seguro, y creía que sabía cómo lo harían. Sentía la punzada de un extraño
recelo, como si hubiera jugado con poderes de alcance y profundidad
desconocidos y hubiera liberado fuerzas que no podría controlar. Cada vez
que recordaba aquel murmullo reptilesco, aquellos ojos rasgados de la noche
anterior, una ráfaga de frío le envolvía. Ya eran abominables cuando su
pueblo los arrojó a las cuevas bajo las colinas, hacía eras; ¿qué habrían hecho
de Ellos los siglos de regresión? En su vida nocturna y subterránea, ¿habrían
retenido alguno de los atributos de la humanidad?
Un instinto le impulsó a cabalgar hacia la Torre. Sabía que estaba cerca;
de no ser por la densa oscuridad, habría visto claramente su nítido perfil
asomando en el horizonte. Incluso ahora debería ser capaz de distinguirlo
débilmente. Una premonición indefinida y escalofriante le agitó, y espoleó el
caballo en un galope rápido.
De pronto, Bran se tambaleó en su silla como si hubiera recibido un
impacto físico, tan impresionante fue la sorpresa que le produjo lo que
descubrió su mirada. ¡La inexpugnable Torre de Trajano ya no existía! La
perpleja mirada de Bran se posó sobre una pila de escombros, de piedras
destrozadas y granito deshecho, de la cual asomaban los extremos rotos y
astillados de vigas partidas. En un extremo del montón de cascotes se elevaba
una torre sobre los escombros, inclinada a la manera de un borracho, como si
sus cimientos hubieran sido carcomidos.
Bran desmontó y avanzó, aturdido por la sorpresa. En algunos sitios, el
foso estaba lleno de piedras caídas y pedazos marrones de muro derruido. Lo
cruzó y entró en las ruinas. Donde apenas unas horas antes, como bien sabía,
las baldosas habían resonado con las pisadas marciales de pies calzados con
hierro y los muros habían reverberado con el clamor de escudos y el
estruendo de poderosas trompetas, ahora reinaba un espantoso silencio.
Casi bajo los pies de Bran una figura destrozada se agitaba y gruñía. El
rey se inclinó hacia el legionario, que yacía en el charco pegajoso y rojo de su
propia sangre. Una sola mirada reveló al picto que el hombre, horriblemente
aplastado y deshecho, estaba muriendo.
Levantando la cabeza sanguinolenta, Bran acercó su redoma a los labios
hinchados, y el romano bebió instintivamente, tragando a través de dientes
astillados. Bajo la pálida luz de las estrellas, Bran vio cómo giraban sus ojos
vidriosos.
—Las murallas cayeron —murmuró el moribundo—. Se desmoronaron
como caerán los cielos el día final. ¡Ah, Júpiter, de los cielos llovieron
pedazos de granito y granizo de mármol!
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