Page 201 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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secretos de esta tierra antigua. ¡Esta noche ha sido arrastrado a través de los

               pozos más profundos del Infierno, donde incluso tú podrías haber palidecido!
                    —¡Mejor  para  los  romanos  que  no  conozcan  los  secretos  de  esta  tierra
               maldita —rugió Bran, enloquecido—, con sus lagos infestados de monstruos,
               sus inmundas mujeres-brujas, y sus cuevas perdidas y sus reinos subterráneos

               donde se engendran en la oscuridad las formas del Infierno!
                    —¿Son más inmundas que un mortal que busca su ayuda? —gritó Atla
               con un chillido de terrible alegría—. ¡Dales su Piedra Negra!
                    Un cataclísmico aborrecimiento agitó el alma de Bran con roja furia.

                    —¡Sí,  tomad  vuestra  maldita  Piedra!  —rugió,  tomándola  del  altar  y
               arrojándola  entre  las  sombras  con  tal  salvajismo  que  algunos  huesos  se
               rompieron bajo su impacto.
                    Un apresurado balbuceo de lenguas repugnantes se elevó y las sombras se

               hincharon con el tumulto. Una sección de la masa se separó por un instante, y
               Bran gritó con feroz repulsión, aunque sólo captó una breve impresión de una
               cabeza  ancha  y  extrañamente  plana,  unos  labios  colgantes  y  retorcidos  que
               dejaban  ver  colmillos  curvos  y  puntiagudos,  y  un  cuerpo  moteado

               repugnantemente  deforme  y  enano  que  parecía  no  corresponder  a  aquellos
               ojos reptilescos que no parpadeaban. ¡Dioses! Los mitos le habían preparado
               para  el  horror  bajo  un  aspecto  humano,  para  un  horror  provocado  por  un
               semblante bestial y por una deformidad contrahecha, pero esto era el horror

               de las pesadillas y la noche.
                    —¡Volved al Infierno y llevaos a vuestro ídolo! —aulló, blandiendo los
               puños apretados contra los cielos, mientras las densas sombras retrocedían,
               alejándose  de  él  como  las  aguas  sucias  de  alguna  negra  inundación—.

               ¡Vuestros antepasados fueron hombres, aunque extraños y monstruosos, pero
               por los dioses, vosotros os habéis convertido de hecho en lo que mi pueblo os
               llamaba con desprecio!
                    »¡Gusanos  de  la  tierra,  volved  a  vuestros  agujeros  y  madrigueras!

               ¡Ensuciáis el aire y dejáis sobre la tierra limpia la baba de las serpientes en
               que  os  habéis  convertido!  Gonar  tenía  razón…  ¡hay  seres  demasiado
               inmundos para utilizarlos incluso contra Roma!
                    Salió  del  Anillo  como  un  hombre  escapa  del  contacto  de  una  serpiente

               enroscada, y soltó el caballo. A la altura de su codo, Atla chillaba con risa
               terrible, todos sus atributos humanos desechados como una capa en la noche.
                    —¡Rey de los pictos! —gritó—. ¡Rey de los necios! ¿Palideces ante una
               cosa tan pequeña? ¡Quédate y deja que te enseñe los verdaderos frutos de los







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