Page 197 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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La Piedra no era especialmente voluminosa, pero sí era pesada. Ascendió
pausadamente, y de pronto percibió una curiosa agitación en las aguas a su
alrededor que no era causada por sus propios esfuerzos. Introduciendo la
cabeza bajo la superficie, intentó penetrar las azules profundidades con la
mirada y le pareció ver una sombra oscura y gigantesca flotando.
Nadó más deprisa, no asustado, pero sí cauteloso. Sus pies tocaron los
bajíos y siguió caminando hasta la orilla inclinada. Mirando hacia atrás, vio
las aguas arremolinarse y calmarse. Agitó la cabeza, lanzando un juramento.
Había desdeñado la antigua leyenda que situaba en el Lago de Dagón la
madriguera de un monstruo acuático sin nombre, pero ahora tenía la
sensación de que había escapado por los pelos. Los mitos desgastados por el
tiempo de las antiguas tierras estaban tomando forma y cobrando vida ante
sus ojos. Bran no podía saber qué ser primigenio acechaba bajo la superficie
de aquel lago traicionero, pero sentía que los hombres de los pantanos tenían
buenas razones para evitar aquel sitio.
Bran se puso su indumentaria, montó el caballo negro y cabalgó a través
de los pantanos bajo el triste carmesí del resplandor crepuscular, con la Piedra
Negra envuelta en su capa. Cabalgó, no hacia su choza, sino hacia el oeste, en
dirección de la Torre de Trajano y el Anillo de Dagón. A medida que cubría
las millas que había entre medias, las estrellas rojas parpadeaban. La
medianoche pasó sin luna y Bran siguió cabalgando. Su corazón estaba
ansioso de reunirse con Tito Sula. Atla se había regocijado ante la perspectiva
de ver al romano retorcerse bajo la tortura, pero ese no era el pensamiento que
albergaba la cabeza del picto. El gobernador debía tener su oportunidad con
las armas; con la misma espada de Bran debería enfrentarse al puñal del rey
picto, y vivir o morir según su habilidad. Y aunque Sula tenía fama de
espadachín en todas las provincias, Bran no tenía ninguna duda respecto al
resultado.
El Anillo de Dagón estaba a cierta distancia de la Torre. Era un tétrico
círculo de piedras altas y austeras puestas en pie con un altar de piedra
burdamente tallado en el centro. Los romanos sentían aversión hacia estos
menhires; pensaban que habían sido erigidos por los druidas; pero los celtas
suponían que era el pueblo de Bran, los pictos, el que los había alzado; y Bran
sabía bien qué manos habían levantado aquellos macabros monolitos en las
eras perdidas, aunque por qué razones, apenas llegaba a adivinarlo.
El rey no entró directamente en el Anillo. Le consumía la curiosidad por
saber cómo sus macabros aliados pretendían cumplir con su promesa. Que
Ellos podrían raptar a Tito Sula rodeado de sus hombres, de eso estaba
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