Page 268 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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oscuridad  sombría  cayó  sobre  el  desierto  antes  de  que  llegaran  a  un  punto

               desde  el  que  pudieron  ver  lo  que  había  más  allá  de  la  franja  de  terreno
               irregular. Incluso los pies del enorme afgano empezaban a arrastrarse, y Steve
               se  mantenía  erguido  sólo  con  un  brutal  esfuerzo  de  voluntad.  Por  último
               remontaron una especie de cresta, en el lado sur, a partir de la cual el paisaje

               descendía en pendiente.
                    —Descansemos —dijo Steve—. No hay agua en esta región infernal. Es
               inútil  seguir  avanzando  eternamente.  Tengo  las  piernas  tan  rígidas  como
               cañones  de  pistola.  No  podría  dar  otro  paso  aunque  me  fuera  en  ello  el

               pescuezo.  Aquí  hay  una  especie  de  risco  achatado,  que  llega
               aproximadamente a la altura del hombro, de cara al sur. Dormiremos al abrigo
               de él.
                    —¿Y no montaremos guardia, sahib Steve?

                    —No —contestó Steve—. Si los árabes nos cortan la garganta mientras
               estamos dormidos, mucho mejor. De todas formas, estamos acabados.
                    Con esta optimista observación, Clarney se tumbó rígidamente sobre las
               arenas  profundas.  Pero  Yar  Ali  permaneció  en  pie,  recostado,  forzando  la

               vista en la esquiva oscuridad que convertía el horizonte salpicado de estrellas
               en un tenebroso pozo de sombras.
                    —Hay algo en el horizonte, hacia el sur —murmuró incómodo—. ¿Una
               colina? No puedo distinguirlo, y ni siquiera estoy seguro de estar viendo algo

               real.
                    —Has  empezado  a  ver  espejismos  —dijo  Steve  irritado—.  Túmbate  y
               duerme.
                    Dicho esto, Steve se echó a dormir.

                    Le  despertó  el  sol  sobre  los  ojos.  Se  sentó,  bostezando,  y  su  primera
               sensación  fue  de  sed.  Levantó  la  cantimplora  y  se  humedeció  los  labios.
               Quedaba un trago. Yar Ali todavía dormía. Los ojos de Steve vagaron por el
               horizonte sureño y se sobresaltó. Dio una patada al recostado afgano.

                    —Eh,  despierta,  Ali.  Creo  que  al  final  resultará  que  no  estabas  viendo
               espejismos. Allí tienes tu colina, y de lo más extraña, además.
                    El afridi se levantó como se despiertan las bestias salvajes, instantánea y
               completamente,  la  mano  saltando  al  largo  cuchillo  mientras  miraba  a  su

               alrededor en busca de enemigos. Su mirada siguió el dedo de Steve y sus ojos
               se abrieron de par en par.
                    —¡Por  Alá  y  por  Alá!  —juró—.  ¡Hemos  llegado  al  país  de  los  djinn!
               ¡Aquello no era una colina, es una ciudad de piedra en medio de las arenas!







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