Page 306 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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alguien gritó; luego bajó por la escalera otra vez con un hacha ensangrentada

               en la mano… ¡y Dios mío, estaba muerto! Le habían abierto la cabeza. Vi sus
               sesos y su sangre coagulada chorreándole por la cara, y su cara era la de un
               muerto. ¡Pero bajó por las escaleras! ¡Pongo a Dios por testigo, de que John
               Branner fue asesinado en aquel pasillo oscuro del piso de arriba, y después su

               cadáver bajó por las escaleras con un hacha en la mano… para matarme!
                    El  jinete  no  respondió;  permaneció  sentado  en  su  caballo  como  una
               estatua,  recortado  contra  las  estrellas,  y  Griswell  no  pudo  distinguir  su
               expresión, ya que tenía la cara ensombrecida por el sombrero de ala ancha.

                    —Creerá que estoy loco —dijo desesperado—. Puede que lo esté.
                    —No sé qué pensar —contestó el jinete—. Si fuera otra casa, y no la vieja
               Blassenville  Manor…  bueno,  ya  veríamos.  Mi  nombre  es  Buckner.  Soy  el
               sheriff del condado. Llevé a un negro a la cabeza de partido en el condado de

               al lado y volvía a casa tarde.
                    Se  bajó  del  caballo  y  se  puso  junto  a  Griswell;  era  más  bajo  que  el
               delgado nativo de Nueva Inglaterra, pero mucho más robusto. Se comportaba
               con una decisión y una seguridad naturales, y no costaba creer que pudiera ser

               un hombre peligroso en cualquier clase de pelea.
                    —¿Tiene  miedo  de  volver  a  la  casa?  —preguntó,  y  Griswell  se
               estremeció,  pero  agitó  la  cabeza,  con  la  empecinada  tenacidad  de  sus
               antepasados puritanos reafirmándose.

                    —La idea de volver a enfrentarme a ese horror me pone malo. Pero el
               pobre Branner… —volvió a tragar—. Debemos hallar su cadáver. ¡Dios mío!
               —gritó, acobardado por el horror abismal de todo aquello— ¿Qué vamos a
               encontrar? Si un muerto camina, qué…

                    —Ya veremos.
                    El sheriff tomó las riendas con el pliegue del codo izquierdo y empezó a
               llenar la recámara vacía de su gran pistola azul mientras caminaban.
                    Cuando llegaron a la curva, la sangre de Griswell se heló al pensar en lo

               que podrían ver tambaleándose por la carretera, con una máscara de la muerte
               sonriente y sangrienta, pero sólo vieron la casa cerniéndose espectral entre los
               pinos, junto a la carretera. Un fuerte escalofrío recorrió a Griswell.
                    —¡Dios, qué maligna parece esa casa, recortada contra esos pinos negros!

               Parecía siniestra desde el principio, cuando subimos por el camino deshecho y
               vimos las palomas salir volando del porche…
                    —¿Palomas?  —Buckner  le  echó  un  vistazo  rápido—  ¿Vieron  las
               palomas?







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