Page 308 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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Subió por el camino roto con tanta naturalidad como si estuviera haciendo
una visita social a unos amigos. Griswell le seguía pisándole los talones, el
corazón palpitándole de forma asfixiante. Un olor de putrefacción y de
vegetación corrompida llegó en la brisa suave, y Griswell se sintió mareado
por la náusea, que le producía un frenético aborrecimiento hacia aquellos
bosques negros, aquellas antiguas plantaciones que ocultaban secretos
olvidados de esclavitud, de orgullo sangriento e intrigas misteriosas. Había
imaginado el Sur como una tierra soleada y perezosa, bañada por brisas
suaves cargadas de especias y cálidas flores, donde la vida discurría tranquila
al ritmo del pueblo negro que cantaba en campos de algodón bañados por el
sol. Pero ahora había descubierto otro lado que no imaginaba, un lado oscuro,
siniestro, dominado por el miedo, y el descubrimiento le repelía.
La puerta de roble colgaba como lo había hecho antes. La negrura del
interior se veía intensificada por el rayo de luz de Buckner proyectándose
contra el quicio. El rayo cortaba la oscuridad del vestíbulo y subía por la
escalera, y Griswell contuvo el aliento, apretando los puños. Pero ninguna
figura inconcebible les miraba sonriente. Buckner entró, caminando ligero
como un gato, la linterna en una mano y la pistola en otra.
Cuando proyectó la luz en la habitación frente a la escalera, Griswell
lanzó un grito, y volvió a gritar, casi desmayándose con la intolerable
repugnancia que le produjo lo que vio. Un rastro de gotas de sangre cruzaba el
piso, atravesando las mantas que Branner había ocupado, que estaban entre la
puerta y aquellas en las que Griswell se había echado. Y las mantas de
Griswell tenían un terrible ocupante. John Branner estaba allí, con la cara
hacia abajo, su cabeza abierta expuesta con despiadada claridad bajo la firme
luz. Su mano estirada todavía agarraba el mango de un hacha, y la hoja estaba
profundamente hundida en la manta y el suelo de debajo, justo donde había
estado la cabeza de Griswell cuando durmió allí.
Una momentánea oleada de negrura envolvió a Griswell. No fue
consciente de que se tambaleara, ni de que Buckner le sujetase. Cuando pudo
volver a ver y a oír, se sintió terriblemente mareado y apoyó la cabeza contra
la chimenea, vomitando con grandes espasmos.
Buckner dirigió la luz de lleno hacia él, haciéndole parpadear. La voz de
Buckner llegó desde detrás de la cegadora radiación, sin que pudiera ver al
hombre.
—Griswell, me ha contado una historia que cuesta creer. Vi que algo le
perseguía, pero bien pudo ser un lobo, o un perro rabioso.
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