Page 309 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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»Si se está callando algo, más le vale soltarlo. Lo que me ha contado no se

               sostendrá ante un tribunal. Le van a acusar de matar a su compañero. Tendré
               que arrestarle. Si me cuenta la verdad ahora, será mejor. Bueno, ¿acaso no
               mató a este tipo, Branner?
                    »¿No pasó algo parecido a esto? Discutieron, él agarró un hacha y le atacó

               con ella, pero usted la esquivó y le dio lo suyo.
                    Griswell se desmoronó y ocultó la cara entre las manos, la cabeza dándole
               vueltas.
                    —Dios  mío.  ¡Yo  no  he  asesinado  a  John!  Pero  si  hemos  sido  amigos

               desde que éramos niños e íbamos juntos a la escuela. Le he contado la verdad.
               No le culpo por no creerme. ¡Pero que Dios me ayude, es la verdad!
                    La luz volvió a dirigirse a la cabeza ensangrentada, y Griswell cerró los
               ojos.

                    Oyó a Buckner gruñir.
                    —Creo  que  el  hacha  que  lleva  en  la  mano  es  el  hacha  con  el  que  lo
               mataron. Hay sangre y sesos salpicados en la hoja, y pelos pegados a ella…
               Pelos de exactamente el mismo color que los suyos. Esto es malo para usted,

               Griswell.
                    —¿Por qué? —preguntó secamente el de Nueva Inglaterra.
                    —Invalida cualquier alegato de defensa propia. Branner no pudo haberle
               atacado  con  esta  hacha  después  de  que  usted  le  abriera  el  cráneo  con  ella.

               Debió de arrancarle el hacha de la cabeza, hundirlo en el suelo y cerrar los
               dedos  de  él  a  su  alrededor  para  que  pareciese  que  le  había  atacado.  Y  eso
               habría sido muy astuto… si usted hubiera usado otra hacha.
                    —Pero yo no le maté —gimió Griswell—. No tengo ninguna intención de

               alegar defensa propia.
                    —Eso  es  lo  que  me  desconcierta  —admitió  Buckner  con  franqueza,
               estirándose—.  ¿Qué  asesino  se  inventaría  una  historia  tan  absurda  como  la
               que me ha contado para demostrar su inocencia? Un asesino normal habría

               contado una historia lógica, como mínimo. ¡Hum! Las gotas de sangre salen
               de la puerta. El cuerpo fue arrastrado… no, no pudo haber sido arrastrado. El
               suelo  no  está  manchado.  Debió  de  cargar  con  él  hasta  aquí,  después  de
               matarle en algún otro sitio. Pero en ese caso, ¿por qué no tiene sangre en la

               ropa? Por supuesto, pudo cambiarse de ropa y lavarse las manos. Pero este
               tipo no lleva muerto mucho tiempo.
                    —Bajó  caminando  por  las  escaleras  y  atravesó  la  habitación  —dijo
               Griswell desesperado—. Vino a matarme. Sabía que iba a matarme cuando le

               vi bajar dando tumbos por la escalera. Descargó el golpe donde yo debería




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