Page 49 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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días… si es que alguna vez existieron, excepto en el cerebro lleno de brujas

               de un poeta y filósofo demente?
                    —No fue el único que utilizó significados ocultos —contestó Conrad—.
               Si examina varias obras de ciertos poetas, puede encontrar dobles sentidos.
               Los hombres han tropezado con secretos cósmicos en el pasado y han dado

               indicaciones al mundo a través de palabras crípticas. ¿Recuerdan las alusiones
               de Von Junzt a «una ciudad en el desierto»? ¿Qué opinan de las líneas de
               Flecker?:
                    »“¡No paséis más allá! Los hombres dicen que todavía florece en desiertos

               pedregosos una rosa.
                    »Pero sin escarlata en sus hojas… y de cuyo corazón no fluye perfume
               alguno”.
                    »Los hombres pueden tropezar con cosas secretas, pero Von Junzt indagó

               profundamente en los misterios prohibidos. Fue uno de los pocos hombres,
               por ejemplo, que podía leer el Necronomicon en la traducción griega original.
                    Taverel  se  encogió  de  hombros,  y  el  profesor  Kirowan,  aunque  bufó  y
               chupó violentamente su pipa, no dio ninguna contestación directa; pues él, al

               igual que Conrad, había profundizado en la versión latina del libro, y había
               descubierto  allí  cosas  que  ni  siquiera  un  científico  de  sangre  fría  podría
               contestar o refutar.
                    —Bueno  —dijo  con  presteza—,  supongamos  que  admitimos  la  antigua

               existencia de cultos que giran alrededor de dioses y entidades sin nombre y
               tan  espeluznantes  como  Cthulhu,  Yog-Sothoth,  Tsathoggua,  Gol-goroth  y
               semejantes. No puedo concebir en modo alguno que supervivientes de dichos
               cultos acechen en los rincones oscuros del mundo hoy en día.

                    Para nuestra sorpresa, Clemants contestó. Era un hombre alto y delgado,
               silencioso hasta ser casi taciturno, y sus luchas feroces con la pobreza durante
               la juventud habían marcado su rostro confiriéndole un aspecto que excedía
               sus  años.  Como  muchos  otros  artistas,  vivía  una  vida  literaria  claramente

               dual,  sus  novelas  de  capa  y  espada  le  proporcionaban  unos  ingresos
               generosos, y su puesto editorial en La pata hendida le permitía alcanzar una
               expresión  artística  plena.  La  pata  hendida  era  una  revista  de  poesía  cuyos
               extravagantes contenidos a menudo habían despertado el asombrado interés

               de los críticos conservadores.
                    —Recordará que Von Junzt hace mención a un supuesto culto de Bran —
               dijo  Clemants,  llenando  su  pipa  con  una  marca  especialmente  infame  de
               picadura de tabaco—. Creo que he oído cómo Taverel y usted lo discutían

               alguna vez.




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