Page 51 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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—Muy cierto —interrumpió Kirowan—, pero dudo que precedieran a los
pictos, como los llama, en su llegada a Britania. Encontramos leyendas de
trasgos y enanos por toda Europa, y me inclino a pensar que tanto los pueblos
mediterráneos como los arios trajeron estos relatos consigo desde Europa.
Aquellos mongoles primitivos deben de haber sido de aspecto
extremadamente inhumano.
—Al menos —dijo Conrad—, aquí hay una porra de sílex que un minero
encontró en las colinas galesas y que me dio, la cual nunca se ha explicado
satisfactoriamente. Es obvio que no es de fabricación neolítica ordinaria.
Miren qué pequeña es, comparada con la mayor parte de las herramientas de
esa época; es casi como el juguete de un niño; pero es sorprendentemente
pesada y sin duda se podría propinar un golpe mortal con ella. La doté de
mango yo mismo, y les sorprendería saber lo difícil que fue darle la forma y
el equilibrio correspondientes a la cabeza.
Miramos el objeto. Estaba bien hecho, pulido en parte como los otros
restos del neolítico que había visto, pero, como dijo Conrad, era extrañamente
distinto. Su pequeño tamaño era inexplicablemente inquietante, pues por lo
demás no tenía la apariencia de un juguete. Evocaba algo tan siniestro como
un puñal de sacrificio azteca. Conrad había dado forma al mango de roble con
rara habilidad, y al tallarlo para que se ajustara a la cabeza, había conseguido
dotarlo de la misma apariencia antinatural que la porra había tenido. Incluso
había copiado la artesanía de los tiempos primitivos, ajustando la cabeza en la
hendidura del mango con cinta de cuero.
—¡Santo Cielo! —Taverel lanzó un torpe mandoble a un adversario
imaginario y casi destrozó un valioso jarrón Shang—. El instrumento está
completamente desequilibrado; tendría que reajustar todos mis principios de
porte y gesto para poder manejarlo.
—Déjeme verlo —Ketrick tomó el objeto y jugueteó con él, intentando
dar con el secreto de su manejo adecuado. Al cabo, algo irritado, lo agitó y
propinó un fuerte golpe a un escudo que colgaba en la pared cercana. Yo
estaba en pie al lado; vi la infernal porra girar en su mano como si fuera una
serpiente viva, y el brazo salirse de la trayectoria; oí un grito de advertencia
alarmada, y luego llegó la oscuridad con el impacto de la porra contra mi
cabeza.
Lentamente recuperé la conciencia. Primero sentí una torpe sensación de
ceguera y de absoluta pérdida de conocimiento respecto a dónde estaba o qué
era; luego la difusa comprensión de vivir y de ser, y de algo duro
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