Page 73 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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por una corona conmovía las más hondas profundidades de su alma celta de

               caballero errante.
                    —Está bien —dijo—. ¿Tú qué dices, Athelstane?
                    —Tengo el estómago vacío —gruñó el gigante—. Llevadme a donde haya
               comida y me abriré camino a mandobles hasta ella, aunque sea a través de una

               horda de sacerdotes y guerreros.
                    —¡Condúcenos hasta esa ciudad! —dijo Turlogh a Brunilda.
                    —¡Viva! —gritó ella agitando sus blancos brazos con alegría salvaje—
               ¡Que tiemblen Gothan y Ska y Gelka! ¡Con vosotros a mi lado, recuperaré la

               corona que me arrebataron, y esta vez no perdonaré al enemigo! ¡Arrojaré al
               viejo Gothan desde la almena más alta, aunque los berridos de sus demonios
               conmuevan las mismas entrañas de la tierra! Y veremos si el dios Gol-goroth
               se enfrenta a la espada que cortó la pierna de Groth-golka. Ahora cortad la

               cabeza  de  este  cadáver  para  que  la  gente  sepa  que  habéis  vencido  al  dios-
               pájaro. ¡Y seguidme, pues el sol asciende en el cielo y quiero dormir en mi
               palacio esta noche!
                    Los tres desaparecieron entre las sombras del impresionante bosque. Las

               ramas entrelazadas, a cientos de pies sobre sus cabezas, hacían que la luz que
               se filtraba fuera tenue y extraña. No se veía vida alguna excepto algún pájaro
               ocasional  de  colores  alegres  o  algún  enorme  simio.  Aquellas  bestias,  dijo
               Brunilda,  eran  supervivientes  de  otra  época,  inofensivas  excepto  si  se  las

               atacaba. Pronto la vegetación cambió un poco, los árboles se hicieron menos
               frondosos y se volvieron más pequeños, y frutas de muchas clases se pudieron
               ver  entre  las  ramas.  Brunilda  dijo  a  los  guerreros  cuáles  tomar  y  comer
               mientras avanzaban. Turlogh se sintió satisfecho con la fruta, pero Athelstane,

               aunque comió una cantidad enorme, lo hizo con escaso placer. La fruta era
               poco sustento para un hombre acostumbrado a un material tan robusto como
               el  que  integraba  su  dieta  habitual.  Incluso  entre  los  glotones  daneses,  la
               capacidad del sajón para tragar ternera y cerveza era admirada.

                    —¡Mirad! —gritó Brunilda agudamente, deteniéndose y señalando— ¡Las
               cúpulas de Bal-Sagoth!
                    A través de los árboles, los guerreros percibieron un resplandor, blanco y
               reluciente,  y  aparentemente  lejano.  Captaron  una  impresión  fantástica  de

               almenas que se elevaban en las alturas, con nubes como plumas flotando a su
               alrededor. La visión despertó extraños sueños en las profundidades místicas
               del  alma  del  gaélico,  e  incluso  Athelstane  quedó  en  silencio  como  si  él
               también  se  sintiera  impresionado  por  la  belleza  y  el  misterio  pagano  de  la

               escena.




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