Page 81 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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enemigo con armadura, cometió un error fatal al suponer que era una
indumentaria o un ornamento que sus armas podrían penetrar.
De pronto atacó de un salto, embistiendo el rostro de Athelstane con su
lanza. El sajón lo detuvo con facilidad e instantáneamente lanzó un mandoble
tremendo a las piernas de Ska. El rey brincó, apartándose de la hoja silbante,
y en mitad del aire lanzó un hachazo hacia la cabeza inclinada de Athelstane.
El hacha ligera se hizo añicos contra el casco del vikingo, y Ska se apartó de
su alcance de un salto, con un aullido de ansia sanguinaria.
Ahora era Athelstane quien atacaba con velocidad inesperada, como un
toro que embiste, y ante esa terrible acometida, Ska, desconcertado por el
rompimiento de su hacha, se encontró con la guardia baja y sin preparar.
Atisbo un vistazo fugaz del gigante cerniéndose sobre él como una ola
abrumadora, y dio un salto hacia arriba, en lugar de hacia el lado, atacando
ferozmente con la lanza. Aquel error fue el último que cometió. La lanza
resbaló inofensivamente sobre la cota de malla del sajón, y en aquel instante
la enorme espada cayó con un mandoble que el rey no pudo evitar. La fuerza
del golpe le lanzó como a un hombre impulsado por la embestida de un toro.
Ska, rey de Bal-Sagoth, cayó a una docena de pies, para yacer destrozado y
muerto en un espeluznante revoltijo de sangre y entrañas.
—¡Córtale la cabeza! —gritó Brunilda, los ojos centelleando al tiempo
que apretaba los puños tanto que las uñas se le clavaban en la palma de las
manos—. ¡Empala la cabeza de esa carroña en la punta de tu espada para que
podamos llevarla a través de las puertas de la ciudad como señal de nuestra
victoria!
Pero Athelstane agitó la cabeza, limpiándose la espada.
—No, fue un hombre valiente y no mutilaré su cadáver. Lo que he hecho
no es una gran hazaña, pues él estaba desnudo y yo completamente armado.
De lo contrario, barrunto que la pelea habría podido tener otro fin.
Turlogh echó un vistazo a la gente sobre las murallas. Se habían
recuperado de su asombro y ahora crecía un enorme estruendo.
—¡A-ala! ¡Viva la diosa verdadera!
Y los guerreros de la entrada cayeron de rodillas y hundieron sus frentes
en el polvo ante Brunilda, que permanecía orgullosamente erecta, con el
pecho hinchándose por su triunfo feroz. En verdad, pensó Turlogh, es más
que una reina; es una mujer guerrera, una valkiria, como dijo Athelstane.
Brunilda se hizo a un lado y, arrancando la cadena dorada con su símbolo
de jade del cuello muerto de Ska, la levantó y gritó:
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