Page 85 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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pájaro, y la forma como mataste a Ska, hizo que la gente se quedara
impresionada. En cuanto al resto, celebré audiencia en palacio tal como
visteis, aunque no lo entendierais, y la gente que vino en tropel a inclinarse
me aseguró su lealtad inquebrantable… ¡Ja! Los perdoné generosamente a
todos, pero no soy ninguna estúpida. Cuando hayan tenido tiempo para
pensar, empezarán a refunfuñar de nuevo. Gothan acecha en algún lugar de
las tinieblas, urdiendo maldades contra nosotros, de eso podéis estar seguros.
Esta ciudad está horadada por pasillos secretos y pasadizos subterráneos que
sólo conocen los sacerdotes.
Incluso yo, que he recorrido algunos cuando era la marioneta de Gothan,
no sé dónde buscar las puertas secretas, ya que Gothan siempre me introdujo
a través de ellas con los ojos vendados.
»En estos momentos, creo que tenemos la carta ganadora. El pueblo os
contempla con más temor que el que me reserva a mí. Creen que vuestra
armadura y vuestros cascos forman parte de vuestros cuerpos y que sois
invulnerables. ¿No notasteis cómo palpaban tímidamente vuestra cota de
malla mientras pasábamos a través de la muchedumbre, y el asombro en sus
rostros cuando sintieron que eran de hierro?
—Para ser un pueblo tan sabio en algunas cosas, son muy necios en otras
—dijo Turlogh—. ¿Quiénes son y de dónde llegaron?
—Son tan viejos —contestó Brunilda— que sus leyendas más antiguas no
dan indicación alguna sobre su origen. Hace eras formaron parte de un gran
imperio que se extendía sobre las muchas islas de este mar. Pero algunas de
las islas se hundieron y desaparecieron con sus ciudades y sus gentes.
Entonces los salvajes de piel roja los atacaron, e isla tras isla, todas cayeron
ante ellos. Por último sólo quedó esta isla sin conquistar, y el pueblo se ha
vuelto débil y ha olvidado muchas artes antiguas. Por la falta de puertos para
navegar, las galeras se pudrieron junto a los muelles, que a su vez se
desmoronaron decrépitos. No existe en la memoria del hombre recuerdo
alguno de que un hijo de Bal-Sagoth haya surcado los mares. A intervalos
irregulares, el pueblo rojo desciende sobre la Isla de los Dioses, atravesando
los mares en sus largas canoas de guerra, que llevan calaveras sonrientes en la
proa. No tan lejos como un vikingo consideraría un viaje marino, pero fuera
del alcance de la vista, más allá del horizonte, están las islas habitadas por
estos hombres rojos que hace siglos masacraron al pueblo que habitaba allí.
Siempre los hemos rechazado; no pueden superar las murallas, pero siguen
viniendo y el temor a sus incursiones siempre pende sobre la isla.
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