Page 86 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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»Pero  no  es  a  ellos  a  quienes  temo  yo;  es  a  Gothan,  que  en  estos

               momentos está deslizándose como una aborrecible serpiente a través de sus
               túneles negros o urdiendo abominaciones en alguna de sus cámaras ocultas.
               En las cuevas en las profundidades de las colinas hasta las que conducen sus
               túneles,  produce  su  magia  temible  y  repugnante.  Sus  sujetos  son  bestias,

               serpientes,  arañas  y  grandes  simios;  y  también  hombres,  cautivos  rojos  y
               desgraciados  de  su  propia  raza.  En  la  profundidad  de  sus  espeluznantes
               cavernas,  convierte  a  los  hombres  en  bestias  y  a  las  bestias  en  medio-
               hombres, mezclando lo bestial con lo humano en una escalofriante creación.

               Ningún  hombre  se  atreve  a  adivinar  los  horrores  que  ha  engendrado  en  la
               oscuridad, o qué formas de terror y blasfemia han cobrado vida durante las
               eras que Gothan lleva produciendo sus abominaciones; pues él no es como
               otros hombres, y ha descubierto el secreto de la vida eterna. Ha dado infecta

               vida  al  menos  a  una  criatura  a  la  que  él  mismo  teme,  la  Cosa  farfullante,
               asesina y sin nombre que mantiene encadenada en la cueva más lejana, que
               ningún pie humano, excepto el suyo, ha hollado. La desencadenaría contra mí
               si se atreviera…

                    »Pero  se  hace  tarde  y  quiero  dormir.  Dormiré  en  la  habitación  anexa  a
               esta,  que  no  tiene  más  abertura  exterior  que  esta  puerta.  No  se  quedará
               conmigo ni siquiera una esclava, pues no confío completamente en esta gente.
               Vosotros  os  quedaréis  en  esta  habitación,  y  aunque  la  puerta  exterior  está

               atrancada, será mejor que uno monte guardia mientras el otro duerme. Zomar
               y sus guardias patrullan los corredores exteriores, pero me sentiré más segura
               con dos hombres de mi propia sangre entre el resto de la ciudad y yo.
                    Se  levantó,  y  con  una  mirada  que  se  detuvo  extrañamente  en  Turlogh,

               entró en su cuarto y cerró la puerta a sus espaldas.
                    Athelstane se estiró y bostezó.
                    —Bueno, Turlogh —dijo perezosamente—, las fortunas de los hombres
               son tan inestables como el mar. Anoche yo era el mejor espadachín de una

               banda  de  saqueadores  y  tú  un  cautivo.  Hoy  al  amanecer  éramos  náufragos
               perdidos  que  nos  saltábamos  al  cuello.  Ahora  somos  hermanos  de  armas  y
               lugartenientes de una reina. Y tú, creo, estás destinado a convertirte en rey.
                    —¿Y eso?

                    —¿Es que no has notado cómo te mira la muchacha de las Oreadas? Estoy
               seguro de que hay más que amistad en esas miradas que descansan sobre tus
               rizos negros y sobre tu tez morena. Te digo que…
                    —Basta  —la  voz  de  Turlogh  era  áspera  como  si  una  vieja  herida  le

               doliese—. Las mujeres que ocupan el poder son lobos de fauces blancas. Fue




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