Page 91 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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gong de jade hasta que el palacio reverberó. Se oyeron fuertes pisadas en el
corredor y la voz de Zomar gritó:
—Oh, reina, ¿estás en peligro? ¿Derribamos la puerta?
—¡Deprisa! —gritó ella, mientras corría hacia la puerta exterior y la abría
de par en par.
Turlogh, saltando temerariamente al corredor, corrió en la oscuridad
durante unos momentos, oyendo delante de sí el bramido agónico del
monstruo herido y los profundos y feroces gritos del vikingo. Estos sonidos se
desvanecieron en la distancia, al llegar a un estrecho pasadizo débilmente
iluminado con antorchas colocadas en nichos. Sobre el suelo, boca abajo,
yacía un hombre moreno, vestido con plumas coloridas, su cráneo aplastado
como un huevo.
Cuánto tiempo siguió Turlogh O’Brien los mareantes recovecos del
sombrío pasillo, nunca lo supo. Otros pasadizos más pequeños se abrían a
cada lado, pero él se mantuvo en el pasillo principal. Por último, pasó bajo un
portal arqueado y desembocó en una extraña y amplia sala.
Inmensas columnas sombrías sujetaban un techo oscuro tan alto que
parecía una nube de tormenta recortada contra el cielo de la medianoche.
Turlogh vio que estaba en un templo. Detrás de un altar de piedra manchado
de rojo se cernía una figura poderosa, siniestra y aborrecible. ¡El dios Gol-
goroth! No podía ser otro. Pero Turlogh sólo dedicó una simple mirada a la
colosal figura que se alzaba en las sombras. Ante él se ofrecía una extraña
escena. Athelstane se apoyaba en su gran espada y miraba las dos figuras
estiradas sobre un charco rojo a sus pies. Fuera cual fuese la magia abyecta
que había dado vida a la Cosa Negra, sólo había hecho falta un mandoble de
acero inglés para devolverla al limbo del que salió. El monstruo yacía medio
tirado encima de su última víctima, un enjuto hombre de barba blanca cuyos
ojos eran crudamente malignos, incluso en la muerte.
—¡Gothan! —exclamó el sorprendido gaélico.
—Sí, el sacerdote… Yo le iba pisando los talones a su trasgo o lo que
quiera que fuese, a lo largo del pasillo, pero a pesar de su tamaño, corría
como un ciervo. Hubo un momento en que alguien vestido con un manto de
plumas intentó detenerlo, y le aplastó el cráneo sin detenerse un instante. Por
último irrumpió en este templo, conmigo pisándole los talones con la espada
levantada para dar el golpe mortal. Pero, sangre de Thor, cuando vio al viejo
en pie junto al altar, lanzó un espantoso aullido y lo hizo pedazos y luego
murió él mismo, todo en un instante, antes de que pudiera darle alcance y
atacarle.
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