Page 92 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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Turlogh miró la enorme cosa amorfa. Al mirarla directamente, no pudo

               estimar su naturaleza. Sólo percibió una impresión caótica de un gran tamaño
               y  una  maldad  inhumana.  Ahora  yacía  como  una  enorme  sombra  aplastada
               sobre el suelo de mármol. Sin duda, alas negras que batían en abismos sin
               luna habían flotado sobre su nacimiento, y las almas repugnantes de demonios

               sin nombre habían participado en su ser.
                    Entonces Brunilda llegó corriendo desde el pasillo oscuro con Zomar y los
               guardias. Y desde puertas y escondrijos secretos llegaron otros en silencio;
               guerreros,  y  sacerdotes  con  mantos  de  plumas,  hasta  que  hubo  una  gran

               muchedumbre en el Templo de la Oscuridad.
                    Un  grito  feroz  brotó  de  la  reina  al  ver  lo  que  había  ocurrido.  Sus  ojos
               centellearon de forma espantosa y se sintió dominada por una extraña locura.
                    —¡Por fin! —gritó, apartando el cadáver de su archienemigo con el pie—

               ¡Por fin soy la verdadera ama de Bal-Sagoth! ¡Los secretos de los caminos
               ocultos  son  míos  ahora,  y  la  barba  del  viejo  Gothan  está  empapada  de  su
               propia sangre!
                    Agitó sus brazos en terrible señal de triunfo, y corrió hacia el macabro

               ídolo,  gritando  insultos,  exultante  como  una  loca.  ¡Y  en  aquel  instante  el
               templo se conmovió! La imagen colosal se meció hacia delante y luego cayó
               repentinamente  como  cae  una  alta  torre.  Turlogh  gritó  y  dio  un  salto,  pero
               mientras lo hacía, con un estruendo como si estallara un mundo, el dios Gol-

               goroth cayó sobre la mujer condenada, que se quedó inmóvil. La poderosa
               imagen se partió en un millar de grandes fragmentos, borrando para siempre
               de la vista del hombre a Brunilda, hija del hijo de Rane Thorfin, reina de Bal-
               Sagoth. Desde debajo de las ruinas rezumó un ancho chorro carmesí.

                    Los guerreros y los sacerdotes se quedaron paralizados, ensordecidos por
               el impacto de la caída, aturdidos por la extraña catástrofe. Una mano gélida
               recorrió  con  sus  dedos  el  espinazo  de  Turlogh.  ¿Había  sido  aquel  inmenso
               bulto  empujado  por  la  mano  de  un  muerto?  ¡Mientras  se  desmoronaba,  al

               gaélico  le  había  parecido  que  los  rasgos  inhumanos  habían  tomado  por  un
               instante la apariencia del muerto Gothan!
                    Mientras todos permanecían sin habla, el acólito Gelka vio y aprovechó su
               oportunidad.

                    —¡Gol-goroth ha hablado! —gritó—. ¡Ha aplastado a la diosa falsa! ¡Sólo
               era una mortal perversa! ¡Y estos extranjeros también son mortales! ¡Mirad…
               está sangrando!
                    El dedo del sacerdote señaló la sangre reseca en la garganta de Turlogh, y

               un rugido salvaje brotó de la muchedumbre. Aturdidos y desconcertados por




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