Page 330 - Fantasmas
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FANTASMAS



         que el ciclista no  me  seguía. No me  atrevía  a regresar por el sen-
         dero, porque  sabía que  el niño  de la bicicleta  estaba  allí, en  al-
         gún lugar, en  el camino  de vuelta  a la cabaña.
               Apreté  el paso  esperando  encontrar  una  carretera  o al-
         guna  de las otras  casas  de veraneo  del lago, deseando  estar  en
         cualquier parte  que  no  fuera  aquel bosque.  Y cualquier parte
         estaba  de hecho  a menos  de diez minutos  caminando  de la ro-
         ca con  forma de ataúd.  Estaba  escrito  claramente:  A CUALQUIER
         PARTE,  en  un  tablón  viejo clavado  en el tronco  de un  pino en
         un  claro  en  el bosque, donde  en  otro  tiempo la gente  debió  de
          acampar  y encender  hogueras.  En el suelo  había  restos  de un
          círculo  de piedras ennegrecidas,  con  unos  cuantos  leños  carbo-
          nizados.  Alguien,  tal vez  unos  niños,  había  construido  un  co-
          bertizo  entre  dos rocas,  más o menos  de la misma  altura  e incli-
          nadas  la una  contra  la otra.  Estaban  unidas  por un  tablón  de
          aglomerado.  En la entrada  al claro  había  un  tronco  que  hacía
          las veces  de asiento  y de barrera  por la que  había  que  trepar
          para  entrar  en  el refugio.
               Me quedé allí, ante  los restos  del fuego de campamento,
          tratando  de recuperar  la compostura.  De uno  de los extremos
          del calvero  salían  dos  caminos  muy  parecidos,  dos  estrechos
          surcos  medio  ocultos  entre  los matorrales.  Era imposible  saber
          adónde  conducían.
               —¿Qué es lo que intentas  hacer? —dijo una  niña a mi iz-
          quierda,  con  voz  aguda y en  tono  alegre.
               Di un  salto  hacia  atrás  y me  volví.  La niña  se  asomaba
          desde  el refugio, con  las manos  en  el tronco.  No la había visto,
          oculta  entre  las sombras  del cobertizo.  Tenía  el pelo negro  y
          me  pareció  que  sería  algo mayor  que  yo —dieciséis  años  tal
          vez—,  y me  dio la impresión  de que era  guapa,  aunque  era  di-
          fícil  saberlo  con  seguridad,  pues  llevaba  una  máscara  de len-
          tejuelas  con  un  abanico  de plumas  de avestruz  en  uno  de los
          extremos.  Justo detrás  de ella, en  la oscuridad,  había  un  niño




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