Page 305 - La sangre manda
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Ella se miraba las zapatillas. Finalmente alzó la cabeza y la movió en un

               gesto de negación.
                    —No. Entiendo que esto es importante para ti. También Stacey y Bran lo
               entienden. He oído el comentario de Bran al darte el beso de despedida.
                    Brandon, a sus doce años, había dicho: «Vuelve con una grande, papá».

                    —Señor mío, quiero que me llames a diario. No más tarde de las cinco,
               aunque estés en vena. El móvil no funcionará, pero el fijo, sí. Recibimos una
               factura mensual por él, y he llamado esta mañana para asegurarme. No solo
               ha  sonado;  además,  me  ha  salido  el  antiguo  mensaje  de  tu  padre  en  el

               contestador. Se me han puesto los pelos un poco de punta. Como si fuera una
               voz de ultratumba.
                    —No me extraña.
                    El  padre  de  Drew  había  muerto  hacía  diez  años.  Habían  conservado  la

               cabaña,  que  a  veces  utilizaron  ellos  mismos  y  más  adelante  alquilaron  a
               partidas de caza hasta que el viejo Bill, el que cuidaba la casa, murió. Después
               de eso ya no se tomaron la molestia. Un grupo de cazadores no había pagado
               el alquiler completo y otro había causado estragos en la cabaña. No valía la

               pena.
                    —Tendrías que grabar un mensaje nuevo.
                    —Lo haré.
                    —Y te aviso, Drew: si no recibo noticias tuyas, me plantaré allí.

                    —No sería buena idea, cielo. El Volvo se quedaría sin tubo de escape en
               los últimos veinticinco kilómetros de la Carretera de Mierda. Y seguramente
               también sin caja de cambios.
                    —Me  da  igual.  Porque…  voy  a  decirlo,  ¿vale?  Cuando  las  cosas  se

               tuercen  con  uno  de  los  relatos,  puedes  dejarlo  de  lado.  Andas  por  casa
               cabizbajo una semana o dos y luego vuelves a ser el de siempre. Con La aldea
               de la colina, la cosa fue muy distinta, y luego, todo el año siguiente, los niños
               y yo vivimos aterrorizados.

                    —Esto es…
                    —Distinto, lo sé, lo has dicho ya cinco o seis veces, y te creo, pese a que
               no sé nada de la historia, aparte de que no va de una pandilla de profesores
               calenturientos  que  organizan  fiestas  de  intercambio  de  parejas  en  Updike.

               Solo… —Lo cogió de los antebrazos y lo miró muy seria—. Si empieza a
               torcerse, si empiezas a quedarte sin palabras como te pasó con Aldea, vuelve a
               casa. ¿Entendido? Vuelve a casa.
                    —Te lo prometo.

                    —Ahora bésame como si lo dijeras convencido.




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