Page 313 - La sangre manda
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Al entrar, esperaba encontrárselo todo patas arriba, pero la cabaña estaba
impecable y en orden. Obra del viejo Bill, sin duda; incluso era posible que
hubiera hecho una última puesta a punto el día que se quitó la vida. La vieja
alfombra de Aggie Larson seguía en el centro del salón, con el contorno raído
pero por lo demás indemne. Había una estufa de leña Ranger sobre unos
ladrillos y en espera de que la cebasen, su ventanilla de mica tan limpia como
el suelo. A la izquierda se hallaba la cocina, muy rudimentaria. A la derecha,
con vistas al bosque que descendía hacia el arroyo, estaba la mesa de roble
donde comían. Ocupaban el fondo del salón un sofá combado, un par de
sillones y una chimenea que Drew no tenía intención de encender. A saber
cuánta creosota se había acumulado en el tiro, aparte de fauna: ratones,
ardillas, murciélagos.
La cocina era una Hotpoint que probablemente había sido nueva en los
tiempos en que el único satélite que circundaba la Tierra era la Luna. A su
lado, abierta y en cierto modo con aspecto de cadáver, se alzaba una nevera
sin enchufar. Estaba vacía salvo por una caja de bicarbonato Arm & Hammer.
El televisor, en la zona de estar, era portátil y se encontraba sobre un carrito
con ruedas. Recordó los tiempos en que los cuatro se sentaban delante a ver
reposiciones de M.A.S.H. y comer platos precocinados.
Una escalera de tablones se elevaba contra la pared oeste de la cabaña.
Arriba había una especie de galería revestida de estanterías que contenían en
su mayor parte libros de bolsillo, lo que Lucy llamaba «lectura de
campamento para días de lluvia». Desde la galería se accedía a dos pequeños
dormitorios. Drew y Lucy dormían en uno; los niños, en el otro. ¿Dejaron de
ir cuando Stacey empezó a quejarse de que allí no tenía intimidad? ¿Fue esa
la razón? ¿O sencillamente estaban demasiado ocupados para pasar unas
semanas en la cabaña en verano? Drew no lo recordaba. Solo se alegraba de
estar ahora allí, y se alegraba de que ninguno de los inquilinos se hubiese
apropiado de la alfombra de su madre… Aunque ¿por qué iban a robarla? En
su día había sido magnífica, pero ya solo servía para pisarla con el calzado
embarrado o los pies descalzos húmedos después de vadear el arroyo.
—Aquí puedo trabajar —dijo Drew—. Sí.
Se sobresaltó al oír su propia voz —tenso aún tras el cruce de miradas con
mamá alce, supuso— y se echó a reír.
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