Page 314 - La sangre manda
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No necesitaba probar la electricidad, porque veía los destellos del piloto
rojo en el viejo contestador automático de su padre, pero accionó el
interruptor de las luces del techo de todos modos, pues la luz de la tarde
empezaba a declinar. Se acercó al contestador y pulsó PLAY.
«Soy Lucy, Drew». La voz sonó vacilante, como si procediera de veinte
mil leguas bajo el mar, y Drew recordó que ese viejo contestador era en
esencia un casete. Lo asombroso era que aún funcionara. «Son las tres y diez,
y estoy un poco preocupada. ¿Has llegado ya? Llámame en cuanto puedas».
A Drew le hizo gracia y a la vez lo irritó. Había viajado hasta allí para
evitar distracciones, y nada necesitaba menos que tener a Lucy mirando por
encima de su hombro durante las tres semanas siguientes. Aun así, supuso que
su preocupación era justificada. Podría haber sufrido un accidente en el
camino o una avería en la Carretera de Mierda. Ciertamente no podía
preocuparle que él se hubiera trastocado a causa de un libro que ni siquiera
había empezado a escribir.
Al pensar eso, rememoró una conferencia que el departamento de
Literatura había patrocinado hacía cinco o seis años: Jonathan Franzen habló
a una sala con el aforo completo sobre la creación artística en el oficio de
novelista. Había dicho que la culminación de la experiencia de escribir una
novela se producía en realidad antes de que el escritor comenzara, cuando
todo se hallaba aún en su imaginación. «Incluso los elementos que están más
claros en tu mente se pierden en la traducción», había dicho Franzen. Drew
recordó haber pensado que resultaba un tanto egocéntrico por su parte dar por
sentado que su experiencia era el caso general.
Drew descolgó el auricular (el viejo modelo en forma de mancuerna,
negro y asombrosamente pesado), oyó un tono estable en la línea y llamó a
Lucy al móvil.
—Ya estoy aquí —dijo—. Ningún problema.
—Ah, bien. ¿Qué tal la carretera? ¿Qué tal la cabaña?
Charlaron un rato, y luego habló con Stacey, que, recién llegada del
colegio, exigió el teléfono. Luego se puso otra vez Lucy y le recordó que
cambiara el mensaje del contestador porque le ponía los pelos de punta.
—Solo puedo prometerte que lo intentaré. Este aparato debía de ser lo
último en los años setenta, pero de eso hace casi medio siglo.
—Haz lo que puedas. ¿Has visto algún animal?
Drew pensó en mamá alce, con la cabeza gacha como si estuviera
decidiendo si embestirlo y pisotearlo hasta matarlo.
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