Page 316 - La sangre manda
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al respecto, pero dejó que el televisor siguiera con lo suyo. En el supuesto de
que estuviera haciendo algo.
Mientras revolvía en uno de los armarios inferiores, la voz de Lester Holt
sonó a todo volumen en la cabaña, sobresaltándolo de tal modo que lanzó un
grito y se le cayó el colador que acababa de encontrar. Cuando se dio media
vuelta, vio imágenes del noticiario de la noche de la NBC, claras como el
agua. Lester informaba sobre el último pastiche de Trump, y cuando pasó la
noticia a Chuck Todd para que diera los detalles sucios, Drew cogió el mando
a distancia y lo apagó. Le complacía saber que funcionaba, pero no estaba
dispuesto a embarullarse la cabeza con Trump, el terrorismo o los impuestos.
Hirvió un paquete entero de espaguetis y se los comió casi todos. En su
mente, Lucy blandía un dedo en un gesto de desaprobación y mencionaba —
una vez más— su creciente barriga de la mediana edad. Drew le recordó que
se había saltado el almuerzo. Mientras fregaba sus escasos platos, pensó en
mamá alce y el suicidio. ¿Cabía alguno de esos elementos en Bitter River?
Mamá alce probablemente no. El suicidio quizá.
Supuso que Franzen tenía cierta razón en cuanto a la etapa previa al
momento de empezar a escribir de verdad una novela. Era una buena etapa,
porque todo lo que veías y oías era posible leña para el fuego. Todo era
maleable. La mente podía construir una ciudad, remodelarla, luego arrasarla,
todo ello mientras tú te dabas una ducha, te afeitabas u orinabas. En cambio,
cuando comenzabas, todo eso cambiaba. Cada escena que escribías, cada
palabra que escribías, limitaba un poco más tus opciones. Al final, eras como
una vaca trotando por un estrecho conducto sin salida, trotando hacia la…
—No, no, no es así ni mucho menos —dijo, sobresaltado de nuevo por el
sonido de su propia voz—. Ni mucho menos.
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En la espesura del bosque oscurecía deprisa. Drew recorrió la cabaña
encendiendo las lámparas (eran cuatro, cada pantalla más fea que la anterior)
y después se enfrentó al contestador automático. Escuchó dos veces el
mensaje de su padre muerto, su buen padre, que nunca, por lo que él
recordaba, había hablado en mal tono o levantado la mano a sus hijos (el mal
tono y las manos en alto habían sido la especialidad de su madre). No le
parecía bien borrarlo pero, como no había una cinta de repuesto para el
contestador en el escritorio de su padre, las órdenes de Lucy no le dejaron otra
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