Page 320 - La sangre manda
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sería ciertamente gafe. Consciente de que podían producirse apagones, lo que
lo obligaría a recurrir a la máquina portátil Olympia, eligió la fuente
American Typewriter.
¿Eso era todo? No, una cosa más. Activó la opción de autorrecuperación.
Aun si había un corte de suministro, difícilmente perdería el material, porque
el ordenador tenía la batería cargada, pero era mejor prevenir que curar.
El café estaba listo. Se sirvió una taza y se sentó.
¿De verdad quieres hacer esto? ¿De verdad te propones hacer esto?
La respuesta a ambas preguntas era sí, y por tanto centró el cursor
parpadeante en la página y escribió:
Capítulo 1
Pulsó intro y se quedó muy quieto un momento. A cientos de kilómetros
al sur de allí, Lucy, supuso Drew, estaba sentada con su propia taza de café
delante de su propio ordenador abierto, donde guardaba la contabilidad de sus
clientes actuales. Pronto entraría en su propio trance hipnótico —números en
lugar de palabras—, pero en ese momento pensaba en él. Drew estaba casi
seguro. Pensaba en él y esperaba, quizá incluso rezaba, pidiendo que…
¿Cómo lo había expresado Al Stamper?… no descarrilara su trenecito.
—Eso no va a ocurrir —dijo—. Va a ser como escribir al dictado.
Miró aún durante un momento el cursor parpadeante y luego escribió:
Cuando la chica gritó, un sonido tan agudo que podría haber
roto un cristal, Herk dejó de tocar el piano y se volvió.
A partir de ahí, Drew se perdió.
12
Desde el principio de su vida docente, se había organizado el horario para
empezar las clases ya avanzado el día, porque, cuando trabajaba en su obra
narrativa, le gustaba comenzar a las ocho. Siempre se obligaba a seguir hasta
las once, pese a que muchos días a partir de las diez y media ya le resultaba
difícil avanzar. A menudo se acordaba de una anécdota —probablemente
apócrifa— que había leído sobre James Joyce. Un amigo de este entró en casa
del famoso escritor y lo encontró sentado a su mesa con la cabeza entre los
brazos, la viva imagen de la desesperación. Cuando el amigo preguntó a
Joyce qué le pasaba, este respondió que solo había conseguido escribir siete
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