Page 325 - La sangre manda
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hombres que mascan tabaco. Cada día es una página en tu diario de la moda.

               Que la encierren, que la depor…
                    —Ciento  ochenta  y  siete  —dijo  ella,  interrumpiendo  el  hilo  de  sus
               pensamientos.
                    —Caramba, ¿en serio?

                    La  mujer  sonrió  y  mostró  aquellos  dientes  que  él  habría  preferido  no
               volver a ver.
                    —Si quiere comprar aquí en el culo del mundo, señor… Larson, ¿verdad?
                    —Sí. Drew Larson.

                    —Si quiere comprar aquí en el culo del mundo, señor Larson, ha de estar
               dispuesto a pagar el precio.
                    —¿Dónde está Roy?
                    Ella alzó la vista al techo.

                    —Mi padre está en el hospital, en St. Christopher. Pilló la gripe, se negó a
               ir  al  médico…  tenía  que  hacerse  el  hombre…  y  acabó  en  pulmonía.  Mi
               hermana se ha quedado con mis hijos para que yo pueda atender el negocio, y
               le aseguro que no está muy contenta.

                    —Lamento oírlo. —En realidad, Roy DeWitt le traía sin cuidado. Lo que
               le preocupaba, en lo que estaba pensando, era en aquel pañuelo recubierto de
               una costra de mocos. Y en que él, Drew, le había estrechado la mano con la
               que lo sostenía.

                    —Más lo lamento yo. Mañana estaremos muy ocupados con esa tormenta
               que se nos va a echar encima el fin de semana. —Señaló las cestas de Drew
               con dos dedos extendidos—. Espero que pueda pagar en efectivo, el datáfono
               está averiado y mi padre nunca se acuerda de llevarlo a arreglar.

                    —Sí puedo. ¿Qué tormenta?
                    —Una que viene del norte, eso es lo que dicen en la Rivière du Loup. La
               emisora de radio de Quebec, ¿sabe? —Lo pronunció Cuebec—. Mucho viento
               y  lluvia.  Llega  pasado  mañana.  Usted  está  allí  lejos,  en  la  Carretera  de

               Mierda, ¿no?
                    —Sí.
                    —Bueno, si no quiere quedarse allí durante un mes como mínimo, a lo
               mejor debería cargar la compra y el equipaje y volverse al sur.

                    Drew  conocía  bien  esa  actitud.  Allí  en  TR  daba  igual  que  uno  fuera
               natural de Maine; si no era del condado de Aroostook, se lo consideraba un
               forastero de cerca blandengue que no distinguía una pícea de un pino. Y si
               uno  vivía  al  sur  de  Augusta,  no  era  más  que  un  forastero  de  lejos,  vamos

               anda.




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