Page 327 - La sangre manda
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pronto cayó en la cuenta de que acaso la llamada no tuviera relación directa

               con él. Al fin y al cabo, él no era el centro de todo. Uno de los niños podría
               haber enfermado o tenido un accidente.
                    Telefoneó y, por primera vez en mucho tiempo —desde La aldea de la
               colina,  probablemente—,  discutieron.  La  discusión  no  subió  tanto  de  tono

               como en los primeros años de matrimonio, cuando los niños eran pequeños y
               el  dinero  escaseaba  —aquellas  discusiones  eran  colosales—,  pero  subió  de
               tono. También ella se había enterado de que se avecinaba una tormenta (cómo
               no, era una adicta al Weather Channel), y quería que él hiciera las maletas y

               volviera a casa.
                    Drew le dijo que era mala idea. Pésima, de hecho. Se había impuesto un
               buen ritmo de trabajo y estaba consiguiendo un material increíble. Un parón
               de un día en ese ritmo (y probablemente acabarían siendo dos, o incluso tres)

               tal vez no pusiera la novela en peligro, pero un cambio de entorno sí podría
               tener ese efecto. Él habría pensado que Lucy, después de tantos años, entendía
               lo delicado que era el trabajo creativo —al menos para él—, pero por lo visto
               no era así.

                    —Lo que tú no entiendes es la gravedad de esta tormenta. ¿Es que no has
               visto las noticias?
                    —No. —Y acto seguido, mintiendo sin ninguna razón de peso (a menos
               que fuera por despecho), añadió—: No hay recepción. La antena no funciona.

                    —Pues  va  a  ser  descomunal,  sobre  todo  en  la  zona  norte,  en  esos
               municipios no incorporados cerca de la frontera. Ahí es donde estás tú, por si
               no te has dado cuenta. Prevén cortes de electricidad generalizados a causa del
               viento…

                    —Menos mal que he traído la máquina de mi padre…
                    —Drew, ¿puedes dejarme acabar? ¿Solo esta vez?
                    Él  guardó  silencio,  con  su  palpitante  dolor  de  cabeza  y  su  escozor  de
               garganta. En ese momento su mujer le resultaba un poco antipática. La quería,

               sin duda, siempre la querría, pero le resultaba antipática. Ahora dirá gracias,
               pensó.
                    —Gracias —dijo ella—. Ya sé que te llevaste la máquina portátil de tu
               padre, pero te pasarías días, puede que mucho más, a la luz de las velas y

               tomando comida fría.
                    Puedo cocinar en la estufa de leña. Lo tenía en la punta de la lengua, pero
               si la interrumpía de nuevo, la discusión se desviaría hacia otro tema, la queja
               de que él no la tomaba en serio, y que si tal que si cual y que si patatín que si

               patatán.




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