Page 317 - La sangre manda
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alternativa. Su grabación fue breve y al grano: «Aquí Drew. Deja un mensaje,

               por favor».
                    Hecho eso, se puso una cazadora ligera y salió a sentarse en los peldaños
               de la entrada para contemplar el cielo. Siempre lo asombraba la cantidad de
               estrellas  que  se  veían  cuando  uno  se  alejaba  de  la  contaminación  lumínica

               incluso de una localidad relativamente pequeña como Falmouth. Dios había
               vertido una jarra de luz allí arriba, y más allá de eso se hallaba la eternidad. El
               misterio de una realidad tan amplia escapaba a toda comprensión. Se levantó
               una brisa, que hizo susurrar los pinos a su modo lastimero, y de repente Drew

               se sintió muy solo y muy pequeño. Lo recorrió un escalofrío y, al volver a
               entrar, decidió que probaría a encender un fuego pequeño en la estufa, solo
               para asegurarse de que la cabaña no se llenaba de humo.
                    Flanqueaban  la  chimenea  dos  cajas,  una  con  yesca,  que  probablemente

               había  entrado  el  viejo  Bill  cuando  amontonó  el  último  cargamento  de  leña
               bajo el porche. La otra contenía juguetes.
                    Drew  apoyó  una  rodilla  en  el  suelo  y  revolvió  entre  ellos.  Un  frisbee
               Wham-O, que recordaba vagamente: Lucy, los niños y él lanzándoselo en la

               parte delantera, riéndose cada vez que alguien lo mandaba a los arbustos de
               morella y tenía que ir a buscarlo. Un muñeco Stretch Armstrong que casi con
               toda  seguridad  había  sido  de  Brandon,  y  una  Barbie  (indecentemente  en
               topless), que sin duda había pertenecido a Stacey. Sin embargo, otras cosas no

               las recordaba o nunca las había visto. Un osito de peluche con un solo ojo.
               Una baraja de Uno. Unos cuantos cromos de béisbol. Un juego llamado Tirar
               los  Cerdos.  Una  peonza  que  exhibía  alrededor  un  círculo  de  monos  con
               guantes  de  béisbol;  cuando  la  hizo  girar  entre  los  dedos  y  la  soltó,  se

               bamboleó  como  borracha  por  el  suelo  y  silbó  «Take  me  Out  to  the  Ball
               Game».  Esto  último  no  le  gustó.  Mientras  la  peonza  bailaba,  los  monos
               parecían subir y bajar los guantes, como pidiendo ayuda, y la melodía empezó
               a sonar vagamente siniestra.

                    Consultó su reloj antes de llegar al fondo de la caja, vio que eran las ocho
               y  cuarto,  y  telefoneó  a  Lucy.  Se  disculpó  por  el  retraso,  aduciendo  que  lo
               había distraído una caja de juguetes.
                    —Me parece que he reconocido al viejo Stretch Armstrong de Bran…

                    Lucy dejó escapar un gemido.
                    —Por Dios, yo lo detestaba. Olía rarísimo.
                    —Ya me acuerdo. Y también unas cuantas cosas más, pero hay algunas
               que juraría que no había visto nunca. ¿Tirar los Cerdos?

                    —Tirar los ¿qué? —Se rio.




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