Page 333 - La sangre manda
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Drew puso el Weather Channel en cuanto se levantó a la mañana siguiente,
pensando: Como el perro vuelve a su vómito, el necio repite su necedad.
Albergaba la esperanza de oír que el temporal de otoño Pierre había
cambiado de trayectoria. No era así. Como tampoco el resfriado cambió de
trayectoria. No parecía haber empeorado, pero tampoco mejorado. Llamó a
Lucy y se topó con el buzón de voz. Posiblemente había salido a hacer algún
recado; o posiblemente no quería hablar con él, sin más. Fuera lo uno o lo
otro, a Drew le dio igual. Estaba cabreada con él, pero se le pasaría; nadie
tiraba por la borda quince años de matrimonio por un temporal, ¿verdad? Y
menos aún por uno que se llamaba Pierre.
Drew se preparó un par de huevos revueltos y logró comerse la mitad
antes de que el estómago lo previniese de que engullir más podía provocar
una eyección forzosa. Vació el plato en la basura, se sentó delante del
ordenador y abrió el documento más reciente (BITTER RIVER #3). Se
desplazó hasta el punto donde lo había dejado, miró el espacio en blanco bajo
el cursor parpadeante y empezó a llenarlo. Trabajó bien durante la primera
hora poco más o menos, y a partir de ahí surgieron los problemas. Empezaron
por las mecedoras donde debían sentarse el sheriff Averill y sus tres
ayudantes frente a los calabozos de Bitter River.
Tenían que estar sentados ahí delante, a la vista de los vecinos del pueblo
y los pistoleros de Dick Prescott, porque en eso se basaba el astuto plan que
Averill había tramado para sacar al hijo de Prescott del pueblo ante las
mismísimas narices de los hombres duros allí presentes para evitarlo. Los
hombres de la ley debían dejarse ver, sobre todo uno de los ayudantes, Cal
Hunt, que casualmente era más o menos de la misma estatura y complexión
que el joven Prescott.
Hunt llevaba un vistoso zarape mexicano y un sombrero vaquero
decorado con conchos de plata. La enorme ala del sombrero le ocultaba la
cara. Eso era importante. El zarape y el sombrero no eran del ayudante Hunt;
dijo que se sentía ridículo con un sombrero así. Al sheriff Averill eso lo traía
sin cuidado. Quería que los hombres de Prescott se fijaran en la ropa, no en el
hombre que la llevaba puesta.
Todo bien. Buena narración. Entonces llegó el problema.
—De acuerdo —dijo el sheriff Averill a sus ayudantes—.
Es hora de tomar un poco el aire de la noche. De dejarnos ver
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