Page 336 - La sangre manda
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De  pronto  dio  con  ella.  ¡Magia!  Se  inclinó  y  mecanografió  a  toda

               velocidad.


                            Se le había explicado el plan de forma minuciosa, pero Jep
                        no era lo que se dice el niño más listo de la clase.


                    Satisfecho (bueno, relativamente satisfecho), Drew se levantó, se echó un
               lingotazo  de  Doctor  King  y,  a  continuación,  bebió  un  vaso  de  agua  para
               quitarse  el  mal  sabor  de  boca:  una  viscosa  mezcla  de  mucosidad  y

               medicamento para el resfriado.
                    Esto es como la otra vez. Es como lo que pasó con Aldea.
                    Podía  decirse  a  sí  mismo  que  se  equivocaba,  que  esta  vez  era  muy

               distinto, que el circuito limpio finalmente no estaba tan limpio porque tenía
               fiebre,  bastante  alta  a  juzgar  por  cómo  se  sentía,  y  todo  por  haber  tocado
               aquel pañuelo.
                    No lo tocaste, le tocaste la mano. Tocaste la mano que había tocado el
               pañuelo.

                    —Tocaste la mano que había tocado el pañuelo, exacto.
                    Abrió el grifo de agua fría y se mojó la cara. Con eso se sintió un poco
               mejor. Mezcló Polvos para el Dolor de Cabeza Goody con más agua, se los

               bebió,  y  luego  se  acercó  a  la  puerta  y  la  abrió  de  par  en  par.  Estaba  casi
               seguro de que mamá alce estaría allí, tan seguro que por un momento (gracias,
               fiebre) creyó verla de verdad junto al cobertizo de las herramientas, pero eran
               solo sombras que se movían en la leve brisa.
                    Respiró  hondo  varias  veces.  Adentro  el  aire  bueno,  afuera  el  malo,

               cuando le di la mano debía de estar loco.
                    Drew  volvió  a  entrar  y  se  sentó  frente  al  ordenador.  Seguir  adelante  le
               parecía  mala  idea,  pero  no  seguir  le  parecía  aún  peor.  Así  que  empezó  a

               escribir, tratando de capturar de nuevo el viento que había henchido sus velas
               y lo había llevado tan lejos. Al principio pareció dar resultado, pero a la hora
               de comer (por más que no tuviera el menor interés en la comida) sus velas
               interiores  se  habían  deshinchado.  Probablemente  se  debía  a  la  enfermedad;
               aun así, se semejaba demasiado a lo de la otra vez.

                    Parece que estoy quedándome sin palabras.
                    Eso le había dicho a Lucy, eso le había dicho a Al Stamper, pero no era la
               verdad; era solo la razón que podía darles para que lo consideraran el bloqueo

               del escritor y le quitaran importancia, una situación que al final superaría. O
               que podía diluirse por sí sola. En realidad, era todo lo contrario. El problema
               era  un  exceso  de  palabras.  ¿Era  bosque  o  arboleda?  ¿Era  escrutar  o



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