Page 340 - La sangre manda
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Cogió una vieja cazadora mohosa de uno de los ganchos situados junto a la
puerta y se abrió paso hacia el cobertizo de las herramientas a través de la
última luz del día; tuvo que levantar el brazo en una ocasión para protegerse
de una rama arrastrada por el viento. Tal vez se debiera a la enfermedad, pero
le daba la impresión de que ya soplaba a más de sesenta kilómetros por hora.
Buscó a tientas entre las llaves, mientras un hilillo de agua le resbalaba por la
nuca pese a que llevaba subido el cuello de la cazadora, y hubo de probar tres
antes de encontrar la que correspondía al candado de la puerta. Una vez más,
tuvo que forcejear con la llave a uno y otro lado para hacerla girar, y cuando
por fin lo consiguió, estaba empapado y tosía.
El cobertizo se hallaba a oscuras y lleno de sombras, a pesar de que había
dejado la puerta de par en par, pero disponía de claridad suficiente para ver la
sierra de cadena de su padre en la mesa del fondo. Había otras dos sierras, una
de ellas una tronzadera, y menos mal, porque la de cadena parecía inservible.
La pintura amarilla de la carcasa quedaba casi oculta bajo una capa de grasa
antigua, la cadena de corte estaba muy oxidada, y en todo caso Drew no se
veía capaz en ese momento de reunir la energía necesaria para tirar del cordón
de arranque.
No obstante, Lucy había acertado con respecto a la lámpara Coleman. En
realidad, vio dos en un estante a la izquierda de la puerta, junto con una lata
de combustible de cuatro litros, pero saltaba a la vista que una de ellas, sin
pantalla ni asa, no funcionaba. La otra parecía en buen estado. Los manguitos
de seda estaban acoplados a los inyectores de gasolina, y menos mal, porque
con su temblor de manos difícilmente podría haberlos colocado. Debería
haberlo pensado antes, se reprochó. Desde luego debería haberme ido a casa
antes. Cuando aún podía.
Drew ladeó la lata de combustible en la decreciente luz vespertina. En la
etiqueta adhesiva vio escrito de puño y letra de su padre, con mayúsculas
inclinadas hacia atrás: ¡UTILIZAR ESTA GASOLINA NO SIN PLOMO!
Sacudió la lata. Estaba medio llena. No era gran cosa, pero quizá bastara para
aguantar un temporal de tres días si la racionaba.
Se llevó la lata y la lámpara intacta a la casa, y cuando se disponía a
colocarlas en la mesa del comedor, de pronto cambió de idea. Le temblaban
las manos, y era muy posible que derramase al menos parte del combustible.
Decidió poner la lámpara en el fregadero y se desprendió de la cazadora
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