Page 343 - La sangre manda
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Apagó  la  Coleman  para  no  gastar  el  combustible;  luego  se  sentó  en  el

               sillón  donde  pasaba  las  veladas  leyendo  libros  de  John  D.  MacDonald  y
               Elmore Leonard. En ese momento no había luz suficiente para leer, no con la
               Coleman apagada. Casi había anochecido, y la única iluminación dentro de la
               cabaña era el ojo rojo y vacilante del fuego visto a través de la ventanilla de

               mica de la estufa de leña. Drew acercó un poco el sillón a la estufa y se rodeó
               el cuerpo con los brazos para mitigar la tiritona. Debía cambiarse esa camiseta
               y  ese  pantalón  húmedos,  y  de  inmediato,  si  no  quería  que  su  estado  se
               agravara. Seguía pensando en eso cuando lo venció el sueño.





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               Lo despertó un chasquido de madera partida procedente del exterior. A eso
               siguió un segundo chasquido, aún más sonoro, y un estruendo que sacudió el

               suelo. Había caído un árbol, y debía de ser grande.
                    El fuego de la estufa, ya consumido, no era más que un lecho de ascuas de
               vivo color rojo que se intensificaba y amortecía de forma intermitente. Junto
               con el viento, ahora oía un golpeteo arenoso contra las ventanas. En el amplio

               salón de la planta baja de la cabaña hacía un calor sofocante, al menos de
               momento,  pero  fuera  la  temperatura  debía  de  haber  caído  (en  picado)  tal
               como habían pronosticado, porque la lluvia se había convertido en aguanieve.
                    Drew  intentó  consultar  la  hora,  pero  no  llevaba  nada  en  la  muñeca.

               Supuso  que  había  dejado  el  reloj  en  la  mesilla  de  noche,  aunque  no  lo
               recordaba con certeza. Siempre podía consultar la hora y la fecha en la barra
               inferior del ordenador, se dijo, pero ¿para qué? Era de noche en los bosques

               septentrionales. ¿Necesitaba más información?
                    Decidió que sí. Necesitaba averiguar si el árbol había caído sobre su fiel
               Suburban  y  lo  había  hecho  picadillo.  Por  supuesto,  «necesitar»  no  era  la
               palabra  correcta;  «necesitar»  se  usaba  para  expresar  algo  que  debías  tener,
               siendo el subtexto que, si lo conseguías, podrías cambiar a mejor la situación

               en su conjunto, y en esa situación en particular nada cambiaría en un sentido
               ni en otro, ¿y era «situación» la palabra correcta o era demasiado general? Era
               más  un  «trance»  que  una  situación,  un  «trance»  no  en  el  sentido  de

               suspensión de las funciones mentales sino…
                    —Basta —dijo—. ¿Quieres volverte loco?
                    Estaba bastante convencido de que precisamente eso era lo que quería una
               parte de él. En algún rincón de su cabeza, le humeaban los paneles de control
               y  se  le  fundían  los  disyuntores,  y  algún  científico  loco  alzaba  los  puños



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