Page 347 - La sangre manda
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El viento emitía un zumbido en torno a la cabaña, elevándose de vez en

               cuando  hasta  parecer  un  chillido  femenino  y  amainando  de  nuevo  hasta
               reducirse  a  ese  zumbido.  La  aguanieve  azotaba  las  ventanas.  Mientras
               escuchaba, esos sonidos parecían fundirse. Cerró los ojos y volvió a abrirlos.
               ¿Habría muerto la rata? Al principio pensó que sí, pero de pronto la diminuta

               pata realizó otro movimiento lento y corto. Todavía no, pues.
                    Drew cerró los ojos.
                    Y se quedó dormido.





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               Despertó sobresaltado cuando otra rama golpeó el tejado. No tenía la menor
               idea  de  cuánto  tiempo  había  dormido.  Podrían  haber  sido  quince  minutos,
               podrían haber sido dos horas, pero una cosa estaba clara: frente a la estufa no

               había rata. Por lo visto, Madame Rata no estaba tan malherida como Drew
               había pensado; se había recobrado y ahora se hallaba en algún lugar de la casa
               con él. La idea no le hizo mucha gracia, pero la culpa era suya. Al fin y al
               cabo, la había invitado a entrar.

                    Tenías  que  invitarlos  a  entrar,  pensó  Drew.  A  los  vampiros.  A  los
               huargos. Al diablo con sus botas de montar negras. Tenías que invitarlos…
                    —Drew.
                    Se sobresaltó de tal modo al oír esa voz que estuvo a punto de volcar la

               lámpara. Miró alrededor y, a la luz del fuego casi extinto de la estufa, vio a la
               rata. Estaba en el escritorio de su padre, encajado bajo la escalera, sentada
               sobre las patas traseras entre el ordenador y la impresora portátil. Sentada, de

               hecho, sobre el manuscrito de Bitter River.
                    Drew  trató  de  hablar,  pero  en  un  primer  momento  solo  salió  de  su
               garganta un graznido. Lo intentó de nuevo.
                    —Me ha parecido que acabas de decir algo.
                    —Así es. —Los labios de la rata no se movieron, pero la voz procedía de

               ella, sin duda; no estaba en la cabeza de Drew.
                    —Esto es un sueño —dijo Drew—. O un delirio. Quizá las dos cosas.
                    —No, es muy real —afirmó la rata—. Estás despierto y no deliras. Está

               bajándote la fiebre. Compruébalo tú mismo.
                    Drew se llevó la mano a la frente. En efecto, se la notó menos caliente,
               aunque eso no era del todo fiable, ¿o sí? Estaba conversando con una rata, a
               fin de cuentas. Se palpó el bolsillo en busca de las cerillas de cocina que se
               había guardado, prendió una y encendió la lámpara. La alzó, con la esperanza



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