Page 349 - La sangre manda
P. 349

—¡Franzen!  —bramó  Drew,  y  se  irguió  en  el  sillón,  con  lo  que  una

               punzada  de  dolor  le  traspasó  la  cabeza—.  ¡Es  parte  de  la  conferencia  de
               Franzen! ¡Casi textualmente!
                    La rata pasó por alto la interrupción.
                    —Tú  eres  capaz  de  ese  proceso  de  criba,  pero  solo  a  rachas  cortas.

               Cuando  tratas  de  escribir  una  novela…  la  diferencia  entre  un  sprint  y  un
               maratón…  ese  proceso  siempre  se  viene  abajo.  Ves  todas  las  opciones  de
               expresión  y  detalle,  pero  la  criba  subsiguiente  empieza  a  fallarte.  No  te
               quedas sin palabras, te quedas sin la capacidad de elegir las palabras idóneas.

               Todas  te  parecen  bien;  todas  te  parecen  mal.  Es  una  pena.  Eres  como  un
               coche con un motor potente y una caja de cambios averiada.
                    Drew  cerró  los  ojos,  apretando  tanto  los  párpados  que  empezó  a  ver
               destellos, y los abrió súbitamente. Ese ser extraviado en la tormenta seguía

               allí.
                    —Yo puedo ayudarte —anunció la rata—. Si tú quieres, claro.
                    —¿Y por qué ibas a hacerlo?
                    La rata ladeó la cabeza, como si le costara creer que un hombre en teoría

               inteligente  —¡nada  menos  que  un  profesor  universitario  de  literatura  que
               había publicado en The New Yorker!— pudiera ser tan necio.
                    —Te proponías matarme con una pala, ¿y por qué no? A fin de cuentas
               solo  soy  una  miserable  rata.  Pero  en  vez  de  eso  me  has  recogido.  Me  has

               salvado.
                    —Y tú, en recompensa, me concedes tres deseos. —Drew lo dijo con una
               sonrisa.  Eso  era  territorio  conocido:  Hans  Christian  Andersen,  Marie-
               Catherine d’Aulnoy, los hermanos Grimm.

                    —Solo uno —corrigió la rata—. Uno muy concreto. Tu deseo puede ser
               terminar tu libro. —Levantó la cola y azotó con ella el manuscrito de Bitter
               River para mayor énfasis—. Pero con una condición.
                    —¿Cuál?

                    —Alguien a quien quieres debe morir.
                    Más  territorio  conocido.  Por  lo  visto,  se  trataba  de  un  sueño  en  el  que
               reproducía  su  discusión  con  Lucy.  Él  había  explicado  (no  muy  bien,  pero
               había puesto todo su empeño) que necesitaba escribir el libro. Que era muy

               importante. Ella le había preguntado si era tan importante como los niños y
               ella.  Él  había  contestado  que  no,  por  supuesto  que  no,  y  luego  había
               preguntado si debía elegir.
                    «Creo que sí —había dicho ella—. Y ya has elegido».







                                                      Página 349
   344   345   346   347   348   349   350   351   352   353   354