Page 353 - La sangre manda
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emitió un chirrido cansino. Un simple juguete, pero, dadas las circunstancias,
un tanto espeluznante. ¿Quién le daba a su hijo una rata de peluche para
dormir con ella cuando había un osito perfectamente apto (con un solo ojo,
pero aun así) en la misma caja?
Sobre gustos no hay nada escrito, pensó, y completó la antigua máxima
de su madre en voz alta:
—Dijo la vieja criada al dar un beso a la vaca.
Tal vez había visto la rata de peluche en el momento de fiebre máxima y
eso había originado el sueño. Era lo más probable, o casi seguro. El hecho de
que no recordara haber mirado el fondo de la caja de juguetes era
intrascendente; por Dios, si ni siquiera se acordaba de haberse desvestido y
acostado.
Volvió a amontonar los juguetes dentro de la caja, se preparó un té y
empezó a trabajar. Al principio albergó dudas, vaciló, tuvo un poco de miedo,
pero, tras unos cuantos pasos en falso iniciales, entró en materia y escribió
hasta que estaba tan oscuro que sin la lámpara ya no se veía nada. Nueve
páginas, y tenía la impresión de que eran buenas.
Muy buenas.
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No fue un vendaval de tres días; en realidad, Pierre duró cuatro. A veces el
viento y la lluvia amainaban, y después el temporal cobraba fuerza de nuevo.
A veces caía un árbol, pero ninguno tan cerca como el que había aplastado el
cobertizo. Esa parte no había sido un sueño; lo había visto con sus propios
ojos. Y aunque el árbol —un pino viejo y enorme— apenas había tocado el
Suburban, había caído lo bastante cerca para arrancar el retrovisor exterior del
lado del acompañante.
Drew apenas se fijó en todo eso. Escribía, comía, dormía por la tarde,
volvía a escribir. De vez en cuando, tenía un ataque de estornudos, y de vez
en cuando pensaba en Lucy y los niños, mientras esperaba, inquieto, que se le
ocurriera alguna palabra. En general no pensaba en ellos. Eso era egoísta, y lo
sabía y le traía sin cuidado. Ahora vivía en Bitter River.
De vez en cuando debía interrumpirse hasta que acudía a su mente la
palabra adecuada (como mensajes flotando en la ventana de la Bola Mágica-8
que tenía de niño), y de vez en cuando se veía obligado a levantarse y pasear
por el salón para pensar cómo realizar una transición fluida de una escena a la
siguiente, pero no sentía pánico. Ni frustración. Sabía que las palabras
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