Page 357 - La sangre manda
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               A  Drew  le  parecieron  tristes  y  a  la  vez  graciosos  el  cartel  y  la  foto  en  la
               ventana  de  Big  90.  Verle  gracia  a  aquello  era  bastante  rastrero,  dadas  las
               circunstancias,  pero  el  paisaje  interior  de  una  persona  era  a  veces  —a

               menudo,  incluso—  bastante  rastrero.  CERRADO  POR  DESFUNCIÓN,
               anunciaba el cartel. La foto era de Roy DeWitt junto a una piscina de plástico
               en  un  jardín  trasero.  Llevaba  chancletas  y  unas  bermudas  caídas  bajo  la

               considerable protuberancia de su vientre. Sostenía una lata de cerveza en una
               mano y parecía que lo hubieran pillado en pleno paso de baile.
                    —Roy tenía verdadera afición por la Bud y las hamburguesas, eso desde
               luego  —observó  Jackie  Colson—.  ¿Se  las  arreglará  bien  desde  aquí,  señor
               Larson?

                    —Por supuesto —contestó Drew—. Y gracias. —Tendió la mano.
                    Jackie  Colson  se  la  estrechó,  se  montó  en  su  4  ×  4  y  se  alejó  por  la
               carretera.

                    Drew subió al porche, dejó un puñado de monedas en la repisa de debajo
               del teléfono y llamó a casa. Contestó Lucy.
                    —Soy  yo  —dijo  Drew—.  Estoy  en  la  tienda  y  voy  camino  de  casa.
               ¿Sigues enfadada?
                    —Ven aquí y averígualo tú mismo. —Luego añadió—: Se te nota mejor.

                    —Estoy mejor.
                    —¿Podrás llegar esta noche?
                    Drew consultó el reloj de pulsera y se dio cuenta de que había cogido el

               manuscrito (¡naturalmente!) pero se había dejado el reloj en el dormitorio de
               la cabaña de su padre. Donde se quedaría hasta el año siguiente. Calculó la
               hora por la altura del sol.
                    —No estoy muy seguro.
                    —Si  te  cansas,  no  lo  intentes.  Para  en  Island  Falls  o  Derry.  Podemos

               esperar una noche más.
                    —De acuerdo, pero si oyes entrar a alguien en plena noche, no dispares.
                    —Descuida.  ¿Has  podido  trabajar?  —preguntó.  Drew  percibió  cierto

               titubeo en su voz—. O sea, estando enfermo y tal.
                    —Sí. Y el material es bueno, creo.
                    —¿Ningún problema con las… ya sabes…?
                    —¿Las  palabras?  No.  Ningún  problema.  —Al  menos  después  de  aquel
               extraño sueño—. Me parece que este va bien encaminado. Te quiero, Luce.





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