Page 360 - La sangre manda
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               Después de las tortitas, subió a su pequeño despacho, enchufó el portátil y
               miró  el  texto  en  papel  que  había  escrito  con  la  máquina  de  su  padre.  ¿Por
               dónde empezaba? ¿Transcribía esa parte en el ordenador o seguía adelante?

               Optó por lo último. Mejor averiguar de inmediato si el conjuro mágico bajo el
               que estaba Bitter River seguía vigente o si se había esfumado tras abandonar
               la cabaña.
                    Seguía  vigente.  Durante  más  o  menos  los  diez  primeros  minutos  en  el

               despacho  fue  vagamente  consciente  del  reggae  que  sonaba  abajo,  lo  que
               significaba que Lucy estaba en su propio despacho, con sus números. Después
               la  música  se  desvaneció,  las  paredes  se  disolvieron,  y  la  luna  iluminaba
               DeWitt Road, el camino con roderas y baches que comunicaba Bitter River

               con la capital del condado. La diligencia se acercaba. El sheriff Averill alzaría
               su placa y le indicaría que parara. Pronto Andy Prescott y él subirían a bordo.
               El chico tenía una cita en el juzgado del condado. Y no mucho después con el
               verdugo.

                    Drew terminó a las doce del mediodía y telefoneó a Al Stamper. No había
               razón alguna para el miedo, y se dijo que no lo tenía, pero no podía negar que
               se le había acelerado un poco el pulso.
                    —Eh,  Drew  —saludó  Al,  que  parecía  el  de  siempre.  Parecía  fuerte—.

               ¿Qué tal te ha ido en la naturaleza?
                    —Bastante bien. Conseguí casi noventa páginas antes de la llegada de un
               temporal…

                    —Pierre —dijo Al, y con una palpable aversión que enterneció a Drew—.
               ¿Noventa páginas? ¿En serio? ¿Tú?
                    —Ya lo sé, cuesta creerlo, y otras diez esta mañana, pero dejemos eso. Lo
               que en realidad quiero saber es cómo estás.
                    —Pues bastante bien —contestó Al—. Aunque he tenido que lidiar con

               esa rata.
                    Drew estaba sentado en una de las sillas de la cocina. Se levantó en el
               acto, de pronto se sentía otra vez enfermo. Afiebrado.

                    —¿Qué?
                    —No, nada, un simple sarpullido, pero menuda lata —explicó Al—. Es
               por un nuevo medicamento que me han recetado. Puede tener todo tipo de
               efectos secundarios, pero yo el único que he notado, al menos por ahora, es un
               maldito  sarpullido.  Por  toda  la  espalda  y  en  los  costados.  Nadine  estaba



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